No sé en vuestro barrio, pero en el mío se ha extendido una novedosa técnica de marketing, supongo que fruto de la crisis. Se trata de ir dejando en los parabrisas de los coches anuncios de prostitución: chicas de la zona, españolas, asiáticas, latinas, francés natural, completo… Al principio me paraba a recogerlos, -y los leía y todo-, pero según ha ido pasando el tiempo me he acostumbrado a arrancarlos sin fijarme demasiado, excepto los días de lluvia, en los que entre estos papelitos y los anuncios del compro oro, hace falta una rasqueta de vitrocerámica para despegarlos del parabrisas.

Ayer mismo iba yo a hacer la extracción de rigor en mi coche cuando me encontré un anuncio grande, en papel satinado brillante y verde, que gritaba ¡Léeme! y decía lo siguiente: “Scort masculino para chicas gorditas y muy gorditas”. Podría describirlo, pero mejor dejo la foto a vuestro juicio:

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Al principio pensé que se trataría de una broma de algún vecino con mucho malaje, impresora profesional y tiempo libre… una, que es así de retorcida. Pero viendo que estaba colocado en toda la fila de coches de la acera, y de la calle, y de la manzana, comprobé que no era una broma, no, era real y tenía hasta una web y todo.

La curiosidad me pudo así que directa allí que fui. Resulta que este emprendedor en cuestión ofrece su compañía a mujeres gordas y muy gordas, según su criterio, es decir, “de entre 90 y 250 kilos” concretamente.  Es todo un gentleman que oferta compañía para estar contigo, salir, ir a cenar o simplemente hablar o abrazarte:

Atención, gordas del mundo, porque estáis de suerte (cito):

“Lo que para otras mujeres delgadas es fácil ahora lo puedes tener tú y con atenciones que causarían envidia a tus amigas, sorprende a tu gente presentándome contigo en eventos, fiestas o encuentros, jamás sabrán que me contrataste. Déjame manejar el encuentro si no estás segura o por el contrario permíteme hacer realidad ese sueño que tienes, ahora está a tu alcance por primera vez.”

La verdad es que como anunciante este tío desastroso. Si pretende aumentar la autoestima de sus potenciales clientas, lo único que consigue es lo contrario: algo vejatorio, humillante y cruel. Dicen por ahí que si hay oferta es porque hay demanda, y no lo pongo en duda. Pero esa no es la cuestión, sino preguntarnos cómo hemos llegado socialmente a asumir el discurso de la gorda solitaria y desesperada y encima, hacer de él algo lucrativo. Lucrativa su frustración y sus complejos, pero lucrativo también su placer y su capacidad de amar.  ¿Quién iba a querer follarse a una gorda, si no es cobrando?

Si has tenido la desgracia de nacer mujer y gorda, parece que el hecho de serlo te estigmatiza no sólo para el sexo, también para tus relaciones sociales, tu salud, y tu vida entera. Por eso, si quieres que tus amigas te envidien, ya que tu cuerpo no te lo permite, por lo menos que un buen maromo lo haga. La cuestión es envidiar, hacernos valer a través de nuestro príncipe azul, pues ya se sabe que eso es condición sine qua non para sentirnos mujeres, completas y plenas.

No sólo eso: debes sentirte agradecida, porque por fin alguien va a ser capaz de obviar toda esa grasa, esas estrías, esos pliegues, y darte un revolcón. Tendrás que pagarle, claro, pero joder, ¿no es maravilloso que al menos alguien se atreva a tocarte, aunque sea a 150 euros la hora?

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Y no tocarte: puede acostarse contigo, pero también sentarse a tu lado y abrazarte, porque seguro que tampoco tienes a nadie para eso. Porque las escenas de dos enamorados acurrucados en la cama no lucen cuando es tu lado del colchón el que se vence por el peso.

Todo esto podría quedarse en una anécdota, asquerosa, vale, pero anécdota. Sin embargo no he podido dejar de darle vueltas porque creo que lo que refleja es algo mucho peor: la “gordofobia” como estigma social, que siendo mujer y en una sociedad patriarcal como la nuestra, acaba produciendo engendros como éste.

La gordofobia es el discurso ampliamente asumido y casi naturalizado de discriminación hacia las personas gordas: en el plano sexual, significa que no somos apetecibles, follables y deseables como cuerpos y eso nos genera una frustración freudiana que acaba dinamitando nuestra vida profesional, personal, o sentimental. La gordofobia es la que nos ha inoculado que somos seres feos que merecemos no encontrar talla en las tiendas. Que es normal pasar vergüenza cuando nos presentamos ante desconocidos, porque nuestra gordura es lo primero que ellos verán de nosotras. Que somos ridículas si intentamos adoptar discursos de superación personal y nos plantamos un bikini en la piscina. Que buscamos desesperadamente alguien que nos abrace y nos haga sentir la quimera del amor romántico como cualquier otra chica desearía. O la última y más cacareada patraña: que el sobrepeso es poco menos que cancerígeno, un ataque a todo lo saludable y una egoísta falta de consideración a tu persona.

No es que haya una conspiración maligna para todo esto: es la suma de prejuicios estéticos, ideología patriarcal, intereses comerciales y una manera terriblemente irreal de entender la realidad. Pero nuestra mejor venganza es ser felices; romper ese discurso y que nuestros complejos no sirvan para el lucro de quienes consideran que no merecemos nada mejor. Como decía otro post por aquí, “nadie te está haciendo un favor por acostarse contigo”.  No es una mera cuestión de autoestima, ¡es casi supervivencia!  Y a la hora de follar, aquí no paga nadie. Que valemos demasiado como para entrar en ninguna cartera.

Autor: Irene Riot