Dicen que la noche de San Juan es la noche más mágica del año pero para mágicas las frías noches de noviembre donde nada es lo que parece. Madrid y su cielo de viejo azul polvoriento como telón de fondo. Corría el año 2010 y yo jugaba a cumplir sueños a escondidas, atascada en el equilibro entre lo que era, lo que quería ser y lo que debía ser.

Caminaba con la cabeza baja, con miedo a que alguien me reconociera, a que me matasen con una mirada de desaprobación. El qué dirán, la primera causa de muerte en vida. Y entré en un bar del que salía una música de jazz que se me antojaba conocida. Poca gente, luz baja, decoración vintage. El sitio perfecto para mostrarse y esconderse.

Me senté a la barra, pedí un whisky y me dediqué a esperar sin saber muy bien qué quería o debía hacer. Hasta que de pronto, llegó él, como un accidente. Me preguntó si el taburete de al lado estaba ocupado. Y así empezó todo.

No se asustó de que estuviera sola o que me temblase la mano al beber el whisky. Ni mi peluca barata, mi maquillaje estridente o el hecho de que no tuviera tetas. Ni siquiera mi pose evocando la sensibilidad frágil de las esperas que preceden las metamorfosis.

Tenía los ojos de un ángel en la cara de un diablo. Y yo sabía que aunque aquello no iría a ningún lado, la continua confrontación entre intelecto e instinto se iba al carajo con la mirada justa. Y con la frase justa.

– Bueno, llevamos tiempo hablando y no me has dicho tu nombre.

– Lucía

– Yo Jose. Encantado Lucía, me parece un nombre precioso.

Repitió mi nombre y sin querer me reí al comprobar que quizás tampoco nada había sido para tanto. Debería haberme sentido satisfecha. Era hora de reconocerme a mí misma el esfuerzo y los logros, de dejar de tratarme tan mal. De guardar los cuchillos y darme una tregua. Me vi reflejada en sus ojos, topándome con algo distinto. Sin querer me olvidé de la frustración, la negación y todo el ruido de lo que una vez fue. Y seguíamos hablando, de Alicia en el país de las maravillas, de Sabina y Janis Joplin, del café de las 07:00, y yo ya no podía seguir hablando, cuando aquello que siempre había soñado se estaba materializando. Tan sólo quería crear una recta entre mis curvas y sus indirectas con puntería.

– Jose, me pasaría el día escuchándote. Pero ahora sólo me apetece besarte.

Dicho y hecho, como en un sueño llegó aquello que yo misma me había negado durante tantos años. Y es que se puede ignorar lo que está en llamas pero no va a dejar de arder… Fuera la lluvia caía a cuchilladas y llegamos a mi portal al caer la noche con el pelo chorreando. Entramos en casa. Después el cielo entero ardió.

Pensaréis que muchas etiquetas sobran, que limitan y reducen. Otras en cambio, sólo dan vida. Porque las cosas, como los nombres, desde el principio de los tiempos, sólo existen desde que son nombradas.

@LuciaLodermann

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