Pureza, provocación, armonía, voluptuosidad, exaltación de pechos, caderas, o rasgos faciales que se transforman. A lo largo de la Historia, el concepto de la belleza y de la belleza de la mujer en particular han ido evolucionando, y cuando avanzamos por los pasillos de un museo podemos comprobar que poco tienen que ver las primitivas formas prehistóricas con la pureza de la Edad Media, la perfección de las proporciones renacentistas o la voluptuosidad barroca.

Prehistoria: hemos venido a este mundo a parir

Pechos voluptuosos, caderas anchas, caras desdibujadas… las primeras imágenes de mujeres que han llegado hasta nuestros días remiten a un concepto: el culto la fertilidad. Conservamos sobre todo figuras esculpidas de Venus, de aspecto algo tosco y que nos cuentan que para nuestros antepasados, la belleza de las mujeres residía, básicamente, en nuestra capacidad de traer vida al mundo.

Venus_de_Lespugue_(replica)
Venus de Willendorf y Venus de Lespugne

Edad Media: aquí nadie ha roto un plato

Si algo caracteriza la sociedad europea de la época medieval, es la religiosidad imperante que alcanzaba todos los ámbitos de la vida. Esta religiosidad se extendía, cómo no, al arte, donde imágenes de santos, vírgenes y relatos de la Biblia se hicieron la norma imperante. Así, la pureza y bondad absoluta de la Virgen se convierte en el ideal de mujer. Rasgos discretos, ojos pequeños, labios finos, actitud de devoción, tez blanca… la belleza se hace sinónimo de pureza y divinidad, mientras la sexualidad se esconde e inhibe. En definitiva: seguir los cánones de belleza de las mujeres medievales debía ser un auténtico coñazo.

med
Detalles de cuadros de la época medieval

Renacimiento: etéreamente perfectas

La religión deja de ser el centro del mundo en la época renacentista, en la que la corriente humanista devuelve a los hombres al campo de estudio intelectual y cómo no, al arte. Los cuerpos vuelven a tener forma, la sexualidad deja de estar reprimida en las obras de la época y las proporciones clásicas se convierten en el modelo a seguir. Mujeres estilizadas de pechos pequeños, cinturas delgadas sin rozar la exageración, formas redondeadas sin ser voluptuosas. Los artistas buscan la belleza a través de la perfección formal, creando así mujeres elegantes, delicadas, a veces demasiado perfectas para ser reales.

1024px-Tiziano_-_Venere_di_Urbino_-_Google_Art_Project
Pinturas de Tiziano, Rafael y Botticelli

Barroco: llegan las gordibuenas

Llega la época de lo fastuoso, de lo pomposo, de la exaltación del adorno y los cuerpos. Las mujeres barrocas son voluptuosas, de grandes pechos y anchas caderas separados por una cintura encorsetada. El ejemplo que a todos nos viene a la cabeza son Las tres Gracias, de Rubens: mujeres de piel blanca que muestran sus cuerpos voluptuosos sin pudor. Aparecen todo tipo de adornos para resaltar la belleza femenina: maquillaje, pelucas, vestidos fastuosos y joyas. Las mujeres del barroco se saben bellas en sus curvas y quieren mostrárselo al mundo. Las pioneras de las gordibuenas, vaya.

840px-The_Three_Graces,_by_Peter_Paul_Rubens,_from_Prado_in_Google_Earth
La mujer vista por Rubens recupera su voluptuosidad

No sólo los cuerpos cambian con los cánones de belleza a lo largo de la historia: también lo hacen las actitudes que se consideran atractivas, los gestos, poses y ademanes. Al final, independientemente de volúmenes y proporciones, la belleza acaba residiendo donde siempre lo ha hecho: en miradas, en caras que dicen algo diferente, en gestos que hablan de provocación, de dulzura, de misterio, de melancolía. En obras que saben captar, precisamente, algo que va mucho más allá del cuerpo.