Pues sí: qué fácil sería si sólo hubiera una despedida. 

Decir adiós una única vez tras un divorcio, una separación, un desenganche de personas con o sin acuerdo mutuo. Decir adiós, depositar tu corazón en la oficina de objetos perdidos y olvidarte. 

Pero no. Una se despide tantísimas veces.

Te despides cuando dejas de hacer tortilla porque ya no tienes quien le de la vuelta. Y se te malogran los huevos, y al tirarlos a la basura eres incapaz de recordar si antes de él la tortilla te gustaba, porque el límite entre quien eres tú y quién es él es aún difuso.

Te despides cuando cambias tu rutina y tus hábitos. Te compras calcetines para dormir porque en la noche están helados, y es que antes era tan fácil plantárselos en la espalda como dos filetes de merluza recién descongelados. Y piensas en lo guay que es tener toda la cama para ti sola. Y piensas en la mierda que es tener toda la cama para ti, sola.

Te despides una noche insomne a las 4am en la que destruyes toda evidencia de la relación: la foto de la playa felices y con una erisipela del carajo—, la camiseta vieja y suavecita en la que duermes, los calzoncillos con hueco que se dejó bajo la cama porque bueno. Porque el amor para ti no era el amor exagerado de las pelis: era esa foto, esa camiseta, esos calzoncillos. Dices adiós cuando reduces el amor a una bolsa negra de basura (tu propio funeral privado) porque aunque él ya no esté ahí, está en todas partes. 

Te despides cuando te callas. Cuando ya no lo dejas formar parte de tus anécdotas. Cuando vacilas antes de mencionarlo. Cuando te das cuenta de que ahora son sólo dos desconocidos con muchas historias en común.

Te despides cuando te encuentras a su madre en la calle y no te saluda, o cuando sí te saluda pero no te abraza, o cuando sí te abraza pero no tan fuerte, o cuando lo hace fuerte pero porque sabéis que será la última vez. Te despides cuando reconoces que dejarlo a él es dejarlo a él y a todo lo que lo acompaña, su gente, sus circunstancias. 

Te despides (y esto es , ay, lo más duro) cuando dejas que se muera tu futuro junto a él, porque cuando le dices adiós a alguien no sólo te despides de esa persona, te despides de todo aquello que tú ibas a ser a su lado. Y volver a construirte el mundo es, sin duda, la despedida más larga. Y haces cosas, mil cosas, con el ímpetu y determinación de la persona que quiere coger el último asiento libre del bus. Y lo coges, porque en ello se te va la vida. 

Y es recién cuando el pasado ya no te dice nada de quien eres ahora, cuando has cambiado tanto que despiertas una mañana y recuerdas, pero ya no te quedas a vivir ahí, que —mierda, al fin— puedes despedirte. Hay amores que se abandonan en pocos días, otros son más difíciles de dejar que la Mafia. Pero eventualmente lo logras, y te despides. 

Por vez definitiva. Quizás.

Oh don’t leave me on my own, left me standing all alone. Cut me down to size so I can fit inside, lies you try to hide behind your eyes — Beck