Alguien me dijo que si había un libro que se parecía a ‘My mad fat diary‘ ese era The Duff. No recuerdo quién fue, pero desde el cariño permíteme decirte (si es que acabas leyendo esto): qué tendrá que ver la velocidad con el tocino. A pesar de ser un libro claramente dirigido a adolescentes, le di una oportunidad a The Duff por lo muchísimo que se estaba hablando de él en redes sociales y porque  me encanta poder opinar sobre este tipo de fenómenos internacionales.

Esta es Kody Keplinger, la autora que desparrama sus 17 años a lo largo y ancho del libro.

La pobre Kody es una fan del protagonista que ella misma ha creado. Me explico. La autora narra la historia de una chica poco popular que se lía con el guapazo del instituto. La historia se percibe como una fantasía de la narradora, pero es demasiado obvio que no ha vivido la experiencia en sus carnes. Me recuerda a esas fan fiction que yo misma escribía cuando tenía 16 años en las que mis amigas y yo nos liábamos con los cantantes de nuestros grupos favoritos. Esos relatos tenían todo de aspiracional pero yo en realidad no tenía ni idea de lo que estaba contando. Pues lo mismo esta pobre mujer.

El problema de este tipo de productos en alza (aquellos protagonizados por chicas frikis/gorditas/poco agraciadas) es que generan una expectativas muy poco realistas en las adolescentes. Claro que es genial que la princesa no siempre sea rubia y de 50kg, pero también es genial ser realista y no empezar a disparar historias en las que la marginada del colegio acaba enamorando al chico popular independientemente de su apariencia.

Soy la primera que instiga a la gente a luchar por lo que quiere, incluso si eso que quieres es una persona. La primera que tiene claro que tu físico no debe limitarte, pero también la primera en ser crítica cuando veo que esto se nos va de las manos y estamos creando fantasías absurdas en mentes en pleno proceso de maduración.  Todo este movimiento genera las mismas expectativas que las de las princesas Disney solo que va disfrazado con toques de realidad. Ahora las princesas son gorditas y las más listas de la clase, pero el príncipe sigue siendo azul y aparece en la historia con su caballo blanco. ¿No sería más sano hablar también de las imperfecciones del príncipe? ¿No sería más coherente que lo más importante de estas historias de amor no residiera en la tableta de chocolate del protagonista?

Es genial soñar con un mundo mejor, con un novio muy guapo, con millones debajo de la almohada. Pero cuidado con los pajaritos que metemos en la cabeza a las adolescentes de hoy, porque serán las grandes hostias de las mujeres de mañana.