Cuando tienes 34 palazos como yo ya te has enamorado un montón de veces. Por suerte. Por desgracia. Ya ni sé. Tu móvil es un cementerio de relaciones fallidas y te quedan pocas ganas de reconocer a tu corazón como algo más que el músculo ese que te bombea la sangre al cuerpo.  Porque te cansas de la violencia de querer. Es en ese momento que declaras categóricamente que el amor apesta y que en el pecho no tienes más que un carbón negro.  Cartelito de «Cerrado» en el pecho y ala. Ramadán del amor

Pero a quién vamos a engañar: el amor y la pérdida son las dos fuerzas que mueven al mundo, y tú, inevitablemente, te mueves junto a ellas. Has perdido tanto y tantas veces y te han hecho más daño del que puedas recordar, pero te despertarás un martes cualquiera de verano con unas ganas insoportables de revolcarte como una cerda en el amor. A tu corazón Frankenstein —ah, ese hijo de puta— le habrán nacido remiendos y puntadas invisibles. Tus arterias se habrán limpiado de ese cínico colesterol del que te encargaste de llenar tu cuerpo y dirás que qué carbón ni qué niño muerto, que a ti te gusta querer. De memoria histórica, nada.

Te olvidarás de todas las malas citas a las que has ido y te fundirás en deseo con un montón de gente en un acto de fe y valentía,  sintiéndote una discapacitada social pero confiando en que algún día no la cagarás tanto.  Encontrarás gente —la inofensiva— que busque desnudarte el cuerpo y gente —la peligrosa— que busque desnudarte el alma. Y te someterás a aquel expolio emocional. A la vulnerabilidad de sentirte usada. A las madrugadas de llegar a casa acompañada y amanecer sola. A romper tu coraza y llevar el corazón por fuera, con todos sus remiendos, con sus imperfecciones obvias. A revisar tu móvil seiscientas veces, a inventarte mil escenarios,  a analizar lo que no puede ser analizado y a las noches de insomnio, tan largas. A que te tengan de amante y a que te dejen con la última palabra en el whatsapp: ¿Cuando nos vemos?   

Y te enamorarás de nuevo, una y otra vez, sin acidez ni amargura, amnésica e imbécil perdida. Porque sí, sabes que el amor no es la única forma de felicidad, pero sabes también cómo mola —ay, tanto— saber que el mundo de alguien gira alrededor de tu culo. Por suerte. Por desgracia. Ya ni sé.