El refrán de “Los amores más reñidos son los más queridos”, siempre me pareció una supina gilipollez. Pero eso era porque no había conocido aún al amor de mi vida: mi pelo largo. Con el que convivo desde los quince años en un drama constante de ahora te adoro, ahora me marcaría un Natalie Portman.

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Lo confieso, soy adicta al pelo largo, no concibo mi vida sin él y aunque a veces fantaseo con una melena corta y despeinada, sé que sería un amor fugaz y que me pasaría los días maldiciendo ese puñetero corte de pelo, que me hace parecer Cristobal Colón. Es por eso que pase lo que pase, tengo una norma básica que rige mi vida (y que intento hacerle entender a todos esos peluqueros con complejo de Eduardo Manos Tijeras): Si el pelo no tapa las tetas, no es pelo largo ni es nada. Pero convivir con los centímetros necesarios para simular dignamente las trenzas de Elsa, tiene muchas desventajas, aquí van algunas:

1. Pagas suplemento en la peluquería.

Ahí estás tú, emocionada por lo baratito que te va a salir darte las mechas esta vez, en esa peluquería tan mona, que acaban de abrir en tu barrio y que tiene promociones de apertura. ¿A que no has preguntado el precio definitivo antes de sentarte en la silla del no retorno, a que no? Si aun estás en la sala de espera, huye mientras puedas, es todo mentira: cuando vayas a pagar, con la excusa del pelo largo, te habrán cobrado un tanto por ciento hasta por respirar.

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2. La frase “Perdona, estás metiendo el pelo en la comida”.

Quedas con ese chico que te trae loca y para el que te has dejado el pelo suelto, en un intento de que tus más que ensayados tocamientos de melena  le hagan caer rendido a tus pies. Traen la comida y tras soltarle una disertación sobre lo mucho que te ha gustado la ultima peli de Yohiro Takita, ves que te mira fijamente con una medio sonrisa en su boca. Ya está, lo tengo en el bote. Ves que arranca a hablar ( y en tu cabeza te has montado todo tipo de declaraciones de película), pero te suelta la frase lapidaria de: «Perdona, estás metiendo el pelo en la comida». Y aunque dicen eso de que los restos de comida en las puntas son los nuevos «paluegos», quieres que la tierra te trague y rápido a ser posible.

 

3. Bolso al hombro, destrozo seguro.

Si no quieres dejarte al menos un par de mechones en las asas del bolso o aún peor, darle la satisfacción  a esa peluquera tan pesada, cuya vida se basa en cortarte el pelo más de la cuenta te diga «Uff, tienes las puntas fatal»; te sugiero que el lado al que te colocas el bolso, sea SIEMPRE el contrario al que te agrupas el pelo.

4. Ritual en la ducha: Enjabonar, aclarar, acondicionar, aclarar, sacarse los pelos atrapados en la raja del culo.

Notas unas cosquillas extrañas que te dan un poco de grima y de las que desconoces su procedencia. Por más que buscas, no localizas la fuente de origen. Sales de la ducha y lo sigues notando, te haces un inspección frente al espejo digna del mejor ginecólogo: una cantidad considerable de pelos larguísimos te saludan desde donde la espalda pierde su nombre. ¡Pero qué coño! Lo primero que piensas es que llevas demasiado tomando esa píldora llena de hormonas o peor aún, que te estás convirtiendo en el hombre lobo.

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5. El sueldo no se va en zapatos, se va en champú.

Qué queréis que os diga, pero a mi me entra la risa con los formatos de los productos capilares y sus dosis recomendadas. «Aplicar una cantidad generosa sobre el cabello mojado. Utilizar  una vez pos semana.» A ver chato, con esa mierda de envase que vendéis, como me aplique esa cantidad generosa que decís, no me da el bote ni para la primera aplicación.

 

6. Olvidarte la goma es infinitamente peor que olvidarte el móvil.

Olvidarse la goma de pelo es sin duda, de las peores cosas que te pueden pasar. Ese día los dioses confabularán, para que justo tengas que practicar dos de las cosas que es un verdadero suplicio hacer con el pelo suelto: deporte y sexo.

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7. Pelo suelto en verano ¿qué es eso?

Estaréis conmigo en que todos esos anuncios en los que Ariadne Artiles te habla desde una playa maravillosa, de lo guay que es tener «Un pelaso con volumen» son una trampa mortal. En verano NADIE en su sano juicio, se deja llevar por el espíritu 007 y comete en suicidio de meterse en el mar con el pelo suelto, más que nada, por que puede que tu salida del mar se parezca más a esta, que a la de Ursula Andress ( si no has muerto antes de un soponcio de calor).

 

8. La maraña de pelo del desagüe de la ducha.

La persona con el pelo más largo, siempre será la pringada que tenga que limpiar el filtro de la ducha. Es un hecho. Da igual que ese baño lo utilice un regimiento de hombres alopécicos. Nunca les podrás endosar a ellos el muerto. Más que nada, por que la maraña de pelos que sale del desagüe podría protagonizar la tercera parte de The Ring.

 

9. El cardado de la Winehouse no es nada comparado con el que aparece bajo tu nunca tras una noche de fiesta.

Llegas a casa después de pegarte unos bailes y te miras en el espejo del ascensor. «No está tan mal», piensas mientras inspeccionas tu maquillaje y agradeces haber invertido en ese eyeliner que ha resistitido como un campeón. Cansada y con medio ojo cerrado, te desmaquillas como puedes y finalmente, te dispones a cepillarte el pelo antes de meterte en la cama. Te pasas el  cepillo y ahí está: una enorme maraña de pelo más tiesa que una piedra con aspecto de rata neoyorkina, se ha instalado en las capas bajas de tu melena y sólo tienes tres opciones: meter la tijera, lavarte el pelo a las cuatro de la mañana o ponerle nombre a la rata y esconderla durante la noche en un moño duchero. Yo a la mía la llamo Ben, como la de la canción de Michael Jackson.

 

10. Los collares cortos: ese nuevo instrumento de tortura.

El que inventó los maxicollares, seguramente nunca llevó el pelo largo. Si es tu caso, aléjate de ellos, a menos que te resignes a llevarlo recogido. Aviso: la cantidad de piedras, pinchos y charms es proporcional al dolor que vas a sufrir al quitártelo.

11. Los tops con incrustaciones, botones o lentejuelas: un amor imposible.

Los tops con pailletes y demás monerías son los primos hermanos de los maxicollares. Manténlos alejados si no quieres terminar el día con más pelos en la ropa que en la cabeza.

 

12. Hacerte vieja mientras te arreglas el pelo.

Conozco a gente que ha visto como le salían las primeras canas, mientras se alisaba el pelo con la plancha. Por no hablar de los peinaditos DIY que tan fáciles parecen y que esas youtubers ideales de la muerte, se hacen en cinco minutos. La última vez que intenté hacerme una trenza de espiga me salió tendinitis. Y no es broma.

 

13. Novios muertos por asfixia.

Otros de los peligros de no tener una goma de pelo en el momento adecuado, es que puedes asfixiar a tu pareja mientras duerme. No hagáis ni caso a Carrie Bradsaw, en casa del novio no se dejan cepillos, se dejan gomas de pelo. Y cuantas más mejor, que ya se sabe que en cuanto dejas de usar una, va a parar a  ese lugar donde van las horquillas y las parejas de los calcetines.

 

14. Romperte el cuello intentando levantarte.

¿He dicho ya que tener una goma a mano es fundamental? Que levante la mano quien no haya podido ir a hacer pis porque al despertar, su pelo estaba atrapado bajo las espalda de su compañero de cama.

 

15. Las barbas en los saludos: tu peor pesadilla.

Te presentan a alguien al que toca darle los «besaludos» de cortesía y !mierda! lleva barba. Improvisas como puedes: te echas el pelo hacia atrás, intentas hacerte una coleta (y para variar no llevas goma, (¿he dicho ya que llevar goma es importante?). Pero no te da tiempo y nada de eso funciona, tu pelo sigue al viento y el tío con ganas de saludar como un puñetero Teletubbie. Y entonces pasa lo inevitable: todo tu pelo se queda literalmente pegado a la barba de tu nuevo amigo. Efecto velcro, vaya.