Odio los tacones. Ya está, ya lo he dicho, al fin me he liberado de la pesada carga que he llevado a mis espaldas durante todos estos años. Sé que puede sonar muy drástico pero las circunstancias me han convertido en una hater del tacón, desde los de aguja hasta las cuñas, y por favor, no intentéis convencerme de “lo mucho que estilizan” porque si mi señora madre no lo ha conseguido, vosotros tampoco.

Aunque nunca fui muy de vestidos y zapatitos, es más, me pasé media adolescencia dentro de una sudadera de Adidas de mi hermano, me he sentido La Cenicienta en más de una ocasión vistiendo tacones de infarto y otros no tan altos pero igualmente incómodos. Salir de fiesta era la excusa perfecta para romper con la monotonía de mis Converse blancas y cuánto me arrepiento porque, señoras y señores, vivir pal’ quinto coño y volver a casa con los tacones de la mano NO es digno.

Si tú también estás harta de las ampollas en los pies, de los hostia-que-me-caigo-del-andamio, de las plantillas anti-dolor que no sirven ni para limpiarse el culo y de llevar un bolso grande de fiesta en el que entren unos zapatos planos pa’ por si, es el momento de gritar bien alto “los tacones me tienen hasta los cojones”.

  • Porque aumentan el riesgo de las caídas de borrachera

Salimos como queremos y volvemos como podemos, porque con tres chupitos de Jäger –o licor de manzana en mi caso– no reconoces ni a tu madre. Todos hemos tenido moratones post-fiesta de esos que no recordamos de donde han salido y es que, en el momento álgido de la borrachera, nos parece una grandiosa idea ponernos a cantar el Wannabe de las Spice Girls encima de una estatua, pero la hostia contra el suelo es más triste que el día en que Rosa perdió Eurovisión. Recordad que el alcohol es como los tacones, cuanto más alto subes más duele la caída –o la resaca–.

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  • Porque no sobrevirías a un apocalipsis zombie con ellos

Por mucha práctica que tengas en el arte de caminar sobre andamios, marcarte un sprint para no perder el autobús es impensable con tacones. Nosotras, las amantes de los planos, somos como la princesa Leia, que lucho contra el lado oscuro sin poner en peligro su estabilidad, como Kill Bill pateando culos en unas Asics amarillas, como Furiosa salvándole el culo a Mad Max sin rozaduras en los talones. Al fin y al cabo la única utilidad de los tacones en el campo de batalla es su doble uso como arma arrojadiza.

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  • Porque volver a las seis de la mañana a casa caminando como Bambi herido no es chic

Tienes una cena fabulosa y lo que más pega con el outfit es un bolso microscópico en el que no entran ni los condones, así que arriesgas y te plantas en la fiesta con unos tacones kilométricos mientras tus manoletinas comodín descansan en el armario de casa. Tú, inocentemente, te has sentido motivada y has pensado que si eres capaz de aguantar una semana de tortura sangrienta cada mes, cuatro pesados que no aceptan un no y te tachan de borde cuando te pones seria, varias miradas de desaprobación y asco por cuatro pelos que asoman en el tobillo y la nueva moda de los escotes halter sin un sujetador sin tirantes, eres capaz de todo. ERROR. Ese día te saldrán ampollas más grandes que el brazo derecho de un pajillero diestro y volverás a casa cojeando con tus zapatos de la mano mientras el resto de mujeres te miran pensando “suerte hermana, sé lo que es eso”.

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  • Porque no puedes bailar más de cinco canciones seguidas

Quedarte petrificada en la barra con mirada altiva tiene su punto, te da un toque interesante rollo película de James Bond, pero la diversión que supone bailar a ritmo de Zumba y marcarte una coreografía digna de “Fama, ¡a Bailar!” cuando suena Bohemian Rhapsody es un placer que dominamos las que salimos de fiesta en zapatillas. Si hay una ley no escrita que establece que no debemos llevar tacones a un festival de música es por algo, y es que cuando entra en juego el darlo todo, lo mejor es hacerlo con los pies en la tierra.

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  • Porque corres peligro de quedarte encajada en una alcantarilla y perder la dignidad

A veces nadie puede salvar tu dignidad y es importante asumirlo para poner una sonrisa falsa y seguir caminando cuando te ahostias contra un cristal, te enganchas la camiseta en el pomo de la puerta, caminas con el paraguas abierto aunque haya dejado de llover o encajas tu zapato en una alcantarilla. Hay bonus si se te rompe el tacón y huyes sin mirar atrás mientras imitas a Chiquito de la Calzada.

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  • Porque lo de “ya te acostumbrarás al dolor” es más falso que un “ya te llamaré y quedamos”

El momento en el que te conviertes en mujer no es cuando te baja la regla, es cuando te dicen por primera vez eso de “tía, tú ponte el tacón por casa para acostumbrar el pie al dolor”. Si ya me costó tiempo y vida aprender a usar el rímel sin sacarme un ojo en el intento con esto desisto, me niego a tener que acostumbrar ninguna parte de mi cuerpo al dolor. Lo peor de todo esto es que los tacones están pensados para eventos “supuestamente felices” y al final un tacón puede arruinar una boda con más facilidad que un cuñado borracho, toma nota.

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  • Porque puedes estar igual de buena con unas Vans, unas botas de montaña o unas pantuflas de gatitos.

No es el tacón lo que te hace estar buena, es la actitud que tienes cuando te subes a esas plataformas. Todas tenemos un conjunto que nos gusta –desde un vestido ajustado hasta un chándal para el gimnasio–, pero lo que realmente nos vuelve cañón es la confianza que sentimos cuando nos vemos guapas. Lo mejor que podemos hacer es vestirnos para nosotras y recordar que por mucho que estilicen unos zapatos de tacón –o eso dicen–, no hay nada más sexy que la satisfacción de llevar lo que nos hace sentirnos cómodas.

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Salvo las crocs, con ellas nadie es sexy.

Alta o baja, gorda o delgada, vístete como te dé a ti la gana, y la próxima vez que te digan «con lo bajita que eres unos tacones te darían un puntazo», «con esos kilos de más unos tacones te estilizarían mucho», «que machirulo eres siempre en zapatillas» o «con ese vestido solo puedes llevar tacones» recuerda caminar con orgullo a ras de suelo, porque el estilo no depende de los 10 centímetros de un tacón.