Cómo sobrevivir a las conversaciones pereza en Navidad

Que soy un poco Grinch ya lo he contado alguna vez. Que a lo mejor no lo soy tanto como pienso también. Pero si hay algo que de verdad me toca la moral de la Navidad es la obligatoriedad de ser simpática y aguantar las barrabasadas de algunos familiares y allegados. Porque claro, es tiempo de paz y felicidad… y encima, a mis 32 años, sigo siendo considerada como la pequeña de la familia, lo que me resta autoridad en cualquier materia.

Ya son muchos años de intentar aguantar las formas y acabar discutiendo como una parva, así que este año he elaborado un plan maestro (no muy elaborado, no voy a mentir), para soportar lo más dignamente posible las conversaciones pereza que vamos a tener que escuchar esta temporada de cenas navideñas.

Para empezar hay que beber, llegar achispada a la cena me parece una opción muy maravillosa. Un par de ~~doscientas~~ cañas antes de hincarle el diente a los canapés de salmón o a los minipepinillos de la tía Una, es una manera perfecta de liberar tensiones y convertirte en un ser adorable. Si no bebes puedes hacer unos ejercicios de respiración, practicar algún deporte de riesgo, o lo que sea que hagáis los abstemios. Si no puedes beber, mala suerte.

Lo siguiente es ser consciente de que hay algunos temas que van a salir y te van a tocar el coño moreno. Lo ideal es mantener la mente en blanco y procurar no arrugar la nariz porque, como se te note airada, la cagaste. Así que lo mejor es no bajar la guardia e ir preparándose psicológicamente para lo que vendrá…

Asúmelo, nada más llegar te van a preguntar por el trabajo y, si eres tan precaria como yo, es posible que te caigan una serie de consejos interminables (y que nadie ha pedido) sobre cuestiones laborales. Llegados a este punto lo mejor es que sigamos bebiendo.
Tras esta abrupta toma de contacto es probable que te comparen con el hijo de fulanito que terminó la carrera curso por año y, después de estar unos años en el extranjero, ahora tiene un puestazo en nosequé consultora y está a punto de ser padre. Huye, sin mirar atrás.
Todo transcurre con cierta normalidad hasta que alguien saca uno de los temas favoritos de las cenas familiares: LA POLÍTICA. Más allá de asentir (o hacerte la loca) con los típicos “hay que ver lo mal que está todo” o “es que al final son todos iguales”, no asomes la patita. Tengas la ideología que tengas, olvídate de tus principios por una noche. No compensa, te lo digo por experiencia. Y si te compensa, es que te va la marcha y ahí solo te puedo aconsejar que disfrutes del drama.
Llegan los postres y la hora de desabrocharte el pantalón para atiborrarte de polvorones y turrones (¡bieeeeeen!). Sí, el momento perfecto para hablar de dietas y de los propósitos de año nuevo (¡maaaaaal!). Quizás no sea mala idea ausentarte para que no te acribillen con comentarios fuera de lugar sobre lo bien que estarías con unos kilitos menos. Con la excusa de ayudar en la cocina o de ir al baño podrás zafarte sin problemas. No pierdas de vista la botella.
Durante la sobremesa alguien decide poner el típico especial de Navidad (normalmente grabado en agosto) y mientras te vienes arriba con algún temazo pachanguero no puedes evitar oírlo, aunque estés en la otra punta del salón: “hay que ver esa, si es que va medio desnuda”, “¡qué enseñe, qué enseñe! Que está muy rica la muchacha”. ¿Qué hacer ante semejantes juicios sobre el físico e indumentaria de una señora? Una de dos: o te enzarzas en una discusión en la que te acusaran de extremista y exagerada, o lanzas una mirada asesina y a otra cosa mariposa…
El momento de escapar de la reunión familiar de turno llega cuando alguno de los “mayores” empieza a contar batallitas sexuales de su juventud. Ya has tenido suficiente con aguantar (o no) los comentarios picantones sobre la minifalda de la presentadora y sobre la edad ideal de las mujeres para embarazarse. Es ahora o nunca. Dale el último trago a la copa, coge tu abrigo y escapa triunfante.