Siempre he escuchado sobre la dependencia, la satisfacción que se siente al tener algo que necesitas con ímpetu, el pesar de perderlo y la desesperación de intentar compararlo sin conseguir nunca alcanzar esa plenitud que recordamos que sentíamos. No se trata de que una sepa lo que vale algo cuando ya no lo tiene, se trata de tener algo de cuando en cuando, y ver en cada uno de esos momentos el gran valor que contiene.

Llegados a este punto creo que debería de contaros que hablo de mi tierra. Porque como cada semana santa me vuelvo a la gran ciudad con el sentimiento de dejar tras de mí un paraíso terrenal, formado por mis familiares, amigos de toda la vida… Creado a través de pequeños pero significantes momentos como el de una cerveza en la costa, del impulso del corazón cuando piensa en una noche vieja en familia, o cualquier tarde de sofá sabiendo que en cualquier momento alguien llamara a mi puerta para hacerme compañía, haciendo nothing. Son todos esos momentos los que consiguen unirnos aún más al lugar en el que hemos crecido, haciendo difícil nuestra partida.

Quizás muchas de nuestras lectoras nos lean desde casa, desde la ciudad de su vida donde siempre se han movido, quizás esta tarde alguno de vosotras se reunirá con unas amigas y comentara algún post que le haya hecho reír, sin necesidad de mandarle un enlace pobre por whatsapp, tomareis unas cañas, iréis de tiendas y un largo etc. Yo por el contrario y como algunas otras personas que nos puedan leer, daré algún paseo por el parque, a lo mejor quedaré con una compi de universidad para tomarme algo, sin embargo y lo que estaré deseando es llegar a casa para poder atender la llamada de mi madre como cada día, quizás hablar un rato por skype con alguien que está más lejos de lo que me gustaría, mandarme audios con mi mejor amiga mientras planeamos que hacer cuando llegue junio, cuando vuelva a montarme en un avión, tal y como llevo haciendo más de lo que creí que lo haría, tres años que parecen tres milenios, con sus pros y contras, como todo.

Echo de menos miles de cosas, y creo que no es nada malo, sencillamente si hace 5 años me hubieran preguntado donde me veía, jamás hubiera pensado encontrar en esta situación, en el medio de dos mundos, pero como suele pasar nuestro futuro se encuentra a veces en los lugares más inesperados. A veces debemos salir a buscarnos mejores estudios, mejores profesiones, mejores lo que sea, y todo lejos de casa, y no por que así lo prefiramos. Dicho esto, no significa que no me encante pasear por la ciudad, es la puñetera capital de España, a quien no le gustaría conocer cada día rincones nuevos, hablar con personas a cual más distinta, tomarse una caña en plena sureña de gran vía, ir a la universidad en metro , poder volver a píe para disfrutar de la vuelta a casa mientras memorizas cada camino, y ver las puestas de sol desde una buhardilla mientras los edificios se pintan de rosa. Son cosas que agradezco todos los días por tener, sin embargo se que la situación sería distinta con mi madre haciéndome lentejas en los días lluviosos, tomándome un café con doble de azúcar y triple de cariño los domingos, o con mis amigas bebiendo cerveza a las tantas en la Cibeles un jueves cualquiera, quizás hubiera sido distinto si en cada ducha mañanera en vez de esponja hubiera utilizado la mano de la persona que día tras día se despertara a mi lado. Pero de los quizás no se vive, se sobrevive y es por eso que creo que nadie mejor que nosotros los nómadas, para saber cuanto cuesta desprenderse una y otra vez de nuestros mundos, nuestros hogares, de los amigos y familia, de la esencia de nuestra alma… Vivir entre dos mundos igual de reales.

Meter nuestro corazón una y otra vez en la maleta de mano, rezar en la cola de seguridad para no soltar las tediosas lagrimas  de siempre delante de nuestra madre, padre o hermana. Intentar enseñarles la fortaleza que tenemos para despedirnos de ellos una y otra vez, y saber que seguirá siendo así durante varios años. Y a pesar de rompernos en el asiento del avión, saber que al tocar tierra sonreiremos, porque sabemos que se trata de un esfuerzo que lo vale. Se trata de tirar adelante por aquellos que confían en nosotros, por todas esas personas que también nos necesitan y que sacrifican nuestra compañía por algo mas grande, nuestro futuro. Y si bien es cierto que me he planteado mil veces lo horrible de esta situación, también he podido saborear los buenos momentos y eso no me lo quita nadie.

Y por todo ello, tanto por lo positivo como por lo negativo pido algo, por mí que escribo esto mientras el corazoncito se me entumece, por ti que me lees y ves algo de sentido en tanta letra, por todos los que nos encontramos en esta difícil situación… Que todo aquello a lo que hemos tenido que renunciar, ya sean momentos, lugares o personas.  Al final, en nuestro siguiente principio valgan la alegría y no la pena. Porque dentro de nuestra soledad de quien lucha contra las heridas de los kilómetros, nos acompañamos.