A algunas mujeres las educan para ser reinas, a mi me educaron para dormir. Recuerdo esos maravillosos domingos de mi infancia en los que toda la familia dormía hasta las doce de la mañana, al margen de la sociedad, haciendo oídos sordos a las alarmas e ignorando un posible apocalipsis zombi. Ahora echo de menos esos momentos porque por desgracia fortuna mi novio es de esas personas que madrugan hasta cuando no hace falta. Poco a poco le he ido contagiando mis hábitos de oso perezoso y me odia por ello pero qué se le va a hacer, si amas algo déjalo dormir. Con el tiempo he desarrollado una lista de razones para justificar mi amor eterno e incondicional hacia la cama, no es una teoría científica pero que baje dios y me diga que dormir no es la cosa más maravillosa que nos ha dado la madre naturaleza. Amigos y amigas marmotas, es hora de alzar el puño y sublevarnos contra los madrugadores.

  • Porque es jodidamente imposible estar feliz a las ocho de la mañana.

Sales de casa cuando todavía es de noche, llegas a la universidad y lo único que quieres es apoyar la cabeza en la mesa, taparte con la cazadora y aislarte del mundo, pero siempre hay cuatro cabrones personas que gritan y se descojonan como si estuviesen en un puto bar. La única explicación posible es que acaban de llegar de fiesta y aún no les ha bajado el ron cola.

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Yo cuando madrugo.
  • Porque en esta vida no hay nada más doloroso que el sonido de las alarmas.

Ni nos planteamos poner como tono de alarma una canción que nos gusta porque sabemos que acabaremos odiándola con todo nuestro corazón. De nada sirve apagar el móvil porque siempre habrá un padre, un novio o un gato que te dará golpecitos para que levantes el culo, y así niños, es como surgen los crímenes en el hogar. Lo peor de todo es que la gente ha aprendido que para despertarnos no basta con una leve caricia o un «despierta, que ya es tarde», hace falta subir todas las persianas, poner la radio a tope, tirar sartenes por el suelo e invocar a Cthulhu.

  • Porque un edredón calentito y una almohada blanda son más excitantes que el porno.

«¿Hay mantas?», «¿La cama es grande?» y «¿La almohada cómo es?» son las tres preguntas básicas qué hacemos cuando vamos de viaje, y es que lo más bonito de volver a tu hogar es el reencuentro con la cama. Un somier firme pero cómodo, una manta calentita, un edredón suave, una almohada blanda, una copa de vino, la banda sonora de Dirty Dancing y ya tienes la cita perfecta.

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  • Porque se folla en la cama por un motivo.

En los tiempos del Homo Erectus, cuando a las parejas les entraba la picazón sexual, se metían dentro de sus casitas hechas con ramas, frotaban dos palos para crear fuego y dar ambiente, se tapaban con la piel de un mamut y follaban como bestias hasta que se quedaban dormidos. Tras millones de años de evolución, se ha mantenido la bella costumbre de practicar el arte del sexo en la cama porque la posibilidad de quedarte dormido automáticamente después de menear la maraca es más adaptativa que los pulgares oponibles.

  • Porque los pijamas son lo que nos diferencia de los animales.

Hay un amplio abanico de pijamas monísimos de la muerte creados por y para el hombre porque en nuestras citas con la cama tenemos que arrasar. El fabuloso skijama, el camisón de la abuela, la bata del abuelo, el pijama de la castidad de Hello Kitty, el short de encaje con camisa a juego, los pantalones ultra gruesos que te pones cuando tienes la regla, la camiseta de tu novio, el conjunto de lencería color carne, todo vale. Elsa Pataky está cómoda bailando por su casa en tanga, ligero y un body de satén negro con encaje, yo me siento divina con una sudadera de Bugs Bunny.

  • Porque los bostezos son el reflejo del alma.

Ni el ritmo es tan contagioso como un bostezo, es más, me apuesto lo que queráis a que la mayoría de vosotros habéis bostezado al ver el gif de la Kardashian. Amigos, nada dice tanto como un bostezo, es una señal de aburrimiento, de sueño, de cansancio mental, de ni-me-toques-ahora-mismo-o-te-mato-hostia. Refleja nuestra verdadera esencia, cualquiera puede fingir una risa falsa pero hasta los bostezos fingidos se convierten en reales, y es que esa carita de perro pachón cuando abrimos la boca por encima de nuestras posibilidades es mágica.

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  • Porque las siestas son patrimonio cultural.

Spain, siesta, paella, fiesta. Empiezas sentado en el sofá viendo Aquí No Hay Quien Viva y acabas con el cojín babado y la cara arrugada mientras de fondo suena la Teletienda. Las siestas tienen ese poderoso efecto de menos es más, pero a nosotros nos la pela porque siempre queremos la abundancia, queremos despertarnos con amnesia temporal y queremos revivir ese embotamiento físico y mental que caracteriza a las siestas de cuatro horas.

  • Porque el instrumentos de tortura más sádico es la luz solar.

En mis años de adolescencia mi padre aprendió una forma infalible de despertarme los fines de semana y era entrar silenciosamente en mi habitación y subir la persiana de golpe. La mezcla de la abrasadora luz solar y el ruido que hacía la puta persiana de mi habitación me taladraban cuerpo y alma, y me quedaba sin fuerza para volver a cerrarla. Él se iba riendo y yo juraba y perjuraba vengarme, cosas de familia.

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  • Porque somos tan molones que la cafeína no nos hace efecto.

¿Cafeína? ¿Eso qué es? Ni tres litros de Monster me quitan el sueño. Es muy duro estar en época de exámenes y no poder recurrir a los trucos universitarios, aunque quisiera quedarme hasta las tres de la mañana repasando me resulta completamente imposible. Como sé que el café me hace el mismo efecto que una pastilla homeopática, los días que madrugo (y los que no) recurro directamente al bote de Cola Cao, además sabe mejor. Lo más dramático de todo son esas noches de fiesta en las que a las cuatro de la mañana estoy tan reventada que no hay cubata que me quite la modorra, araño una horita más y me voy a abrazar a mis gatos.

  • Porque el sueño lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento y el sufrimiento lleva al lado oscuro.

Con el tiempo, las personas que amamos dormir hemos desarrollado una cara de mírame-pero-no-me-hables que resulta muy útil en esos días en los que no hemos dormido las diez horas reglamentarias (es bien sabido que los que duermen ocho horas son unos insensatos). Al principio la gente nos odiaba porque «joder colega, que humor de mierda tienes por las mañanas» pero con el tiempo han aprendido que es una faceta inalterable de nuestra personalidad.

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  • Porque ser dormilón no es ser vago.

Estoy cansada de explicar por activa y por pasiva que amar dormir no va ligado a ser un vago pero nada, la gente no me cree. Me encanta salir de bares hacer deporte, ir de rebajas estudiar, encontrar nuevas pastelerías viajar, follar visitar museos y también adoro dormir. No me gusta dejar el trabajo para el día siguiente pero tampoco me gusta acumular horas de sueño, ¿es tan difícil entenderlo?

  • Porque podemos improvisar una cama en cualquier lugar.

No hace falta ser Harry Potter para convertir un bolso en una almohada y una cazadora en una manta. Una estratégica posición de manos puede hacer que parezca que estás concentrado en vez de dormido, un flequillo salvavidas puede tapar los movimientos oculares de la fase REM y un jersey de cuello alto puede absorber las babas, está todo pensado.

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  • Porque nada ni nadie podrá acabar con nuestras ganas de dormir.

Quiero hacer un llamamiento de unidad y fuerza a todas las personas que alguna vez se han sentido ridiculizadas por los madrugadores, a todas las que demuestran su valentía roncando en público, a todas las que se ponen un pijama nada más entrar en casa, y a todas las que conocen el paraíso porque cada noche duermen en él. Los dormilones unidos jamás seremos vendidos.