Supongo que muchos estaréis en esa situación. Algunos porque buscan vivir nuevas experiencias, habrá quien se haya ido por amor y otros como yo, porque no encontraban un porvenir laboral en España. Y sabemos que a veces puede no ser una experiencia agradable. Trabas burocráticas, barreras idiomáticas, la cultura, el clima, la gente…

Los que emigramos sin ganas dejamos una parte de nosotros en casa y cargamos con una mochila de expectativas que en la mayoría de los casos, difícilmente veremos cumplidas, y vivimos en un constante estado de insatisfacción. 

No es lo mismo cuando te vas de Erasmus. Porque ahí es todo fiesta, alcohol y hacer amigos a bocajarro. Todo el mundo es nuevo y están en tu misma posición. Hacer amigos es fácil. Cuando llegas sola a una ciudad desconocida y te pones a trabajar, la realidad es diferente.

Yo acabé en Alemania como podría haber ido a Malibú. Una mezcla de circunstancias y coincidencias. Algunas veces vas a donde quieres ir y otras a donde necesitas estar.

Entiendo a tanta gente que emigró en el pasado como mis abuelos. La soledad y la tristeza que conlleva… Ahora es mucho más fácil porque tienes la cabeza más puesta en España que en tu propio país de acogida. Leyendo noticias, escribiendo a tus amigas, mirando vuelos cada pocos meses. Y sobre todo trayendo la maleta llena de jamón serrano, aceite de oliva, conservas o pipas.

Y qué shock cuando vuelves a casa. Tiendas nuevas, otras cerradas, un edificio reformado, una calle cortada… Y la gente, tu gente. ¡Qué ganas! Hasta que de pronto quedas con una amiga y te das cuenta que no sabes de qué hablar ni qué preguntar. Se corta un silencio y notas que algo se ha roto por dentro. Nada ha cambiado, y sin embargo nada es ya lo mismo.

Tú vuelves de vacaciones, pero la gente sigue con sus rutinas diarias y tienes que aprender a amoldarte a ellas. Te conviertes en extranjera en tu ciudad. Has adquirido nuevos hábitos, una nueva forma de ver la vida. Y no puedes evitar un pequeño dolor al percibir que te has perdido cosas, del mismo modo que la gente se ha perdido cosas de ti. Ya no sabes cuándo era el cumpleaños de aquella amiga, o cómo se llamaba su novio, o incluso dónde se guardaban las tazas en tu propia casa.

Y las vueltas de vacaciones son siempre demasiado dolorosas. Vienes de pasarlo bien, de festivales, comiendo y bebiendo a gusto, con tu gente. Por dentro te mueres por volverte a España, pero en el fondo sabes que lo que has vivido es una ilusión.

De repente miras hacia atrás y notas que todo es diferente, que te has hecho más fuerte, que has madurado. Es gratificante, pero a la vez duele ver que todo ha cambiado, y te das cuenta de que ya no eres la misma.

A la vez sabes que la persona que se fue no es la misma que volverá. Y tampoco es lo mismo no saber a dónde ir, que no saber a dónde volver.

@LuciaLodermann