Los ataques en redes sociales que las gordas tenemos por el hecho de mostrar nuestro cuerpo y levantar la voz para decir que somos maravillosas, no suelen afectarme. Siempre pienso que la persona que critica es que no tiene felicidad en su vida, que está más bien sola y que necesita destruir (o al menos intentarlo) para sentirse mejor. Sin embargo, otras veces me hace cuestionarme si con todo lo que intentamos luchar contra la fobia a la gordura estamos logrando avances. Son días muy puntuales: días en los que no consigo ver la luz, en los que un comentario me hiere más de lo que debiera permitir, en los que mi madre me sigue diciendo que no me abandone físicamente, en los que se me compara con una y con otra, días en los que la autoestima no depende de una misma, por mucho que te repitas que eres una diosa sagrada.

Y en esas estaba cuando quedé con una amiga para arreglar el mundo y empecé a hablar de gordofobia. Ella no conocía el término y no sabía de la existencia de Weloversize, así que le hice un resumen exprés de lo que engloba nuestro querido sitio.

Cuando le comentaba todas las situaciones a las que las gordas nos enfrentamos y que aquí hemos contado, me dijo que no era consciente de cómo la sociedad le había creado tantísimos prejuicios.

Ella, abierta de mente, se quedó sorprendida porque jamás se había parado a pensar en que había caído bajo las redes de la manipulación de la belleza. Os aseguro que mi amiga es una persona que no sucumbe a los encantos del consumismo, que es crítica con la publicidad y que le da una vuelta de tuerca a cada situación compleja porque sabe que hay que ir más allá de la superficie. Pero en este caso, cuando hablamos de gordura, hay demasiado que pulir todavía.

Este es un resumen de los que dio de sí el inicio de una persona ajena al movimiento body positive.

Mi amiga comenzó a decir en voz alta las situaciones que le tenían “distraída”. Pensó en sus amigas, las delgadas, las que tienen, según los cánones de belleza de hoy, lo que viene siendo “el cuerpazo”. Luego pensó en sus otras amigas, las que tenían un cuerpo más normalucho. Siempre había asumido que las primeras comían de manera equilibrada, mientras que las otras eran más permisivas en su dieta. Nada más lejos de la realidad. Y en ese momento se detuvo y dijo que nunca había visto comer mal a sus amigas “normales”. En este caso, y no con ello generalizamos, daba la casualidad de que las delgadas se permitían comer guarradas cada vez que se lo pedía el cuerpo; mientras que las otras, aunque podían caer en la tenebrosa tentación de comer una pizza o un donut (por caer en los tópicos), comían bastante más sano. Ojiplática se quedó al descubrir que estar menos perfecta a ojos de la sociedad no siempre responde a la mala alimentación. E insisto, puede parecernos extraño a los que hemos analizado hasta el más mínimo gramo de comida que nos llevamos a la boca que una persona inteligente no haya pensado antes en esto; pero ella reconoció que el problema radica en que desde que tiene memoria, asociaba gordura a mala alimentación, sin pensar en nada más. Y os aseguro que no es falta de criterio, en este caso.

Lo que se pone de manifiesto aquí es que desde todos los ángulos se relaciona a la gente gorda de mala comida, de malos hábitos y se criminaliza de tal manera que automáticamente asociamos una cosa con otra. Pensad en los anuncios: mujer (siempre mujer) que sueña con pastelitos de chocolate, sabe que eso no le va a dejar atarse el pantalón; mientras que si come una manzana, desayuna unos cereales, toma unas pastillas milagrosas, cena un yogur especial o bebe una infusión determinada, le llevará a ser la persona que despertará todas las miradas y tendrá a un hombre que admire su cuerpo. Y ya con eso, felicidad asegurada.

No os estoy hablando de nada nuevo, pero me llamó la atención que, aun a día de hoy, siga costando tanto separar una cosa de otra. Tal vez sea porque ya lleve un tiempo largo analizando cada pensamiento que lanzamos en esta web y crea que cada vez estamos más cerca de despenalizar la gordura; pero conversaciones tan básicas como esta que os cuento, siguen siendo necesarias.

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Pero no solo hablamos de comida ese día, también de deportes; y anonadada se halló mi amiga al reconocer que creía que una persona gorda era, automáticamente, peor que una delgada practicando cualquier tipo de movimiento aparte del “tumbing”. Y esto le dejó un poco avergonzada al ver que había juzgado mal a un amigo suyo, que en un partido de pelota le había dado muy fuera de juego. Ella, que es delgada y está en forma, perdió ante una persona que, aparentemente, se cuida menos. Y dijo: “ahí donde le ves, que está gordito, me ganó no una, sino dos veces”. Y yo le dije: “¿y eso te llega a extrañar? ¿No puede ser bueno en deportes por el hecho de pesar un poco más de lo que se supone que le correspondería? Y aparte, ¿en serio le ves gordo?” Reconoció que a ella no se lo parecía, pero que tal vez la sociedad pudiera llamarlo así. Así que ya ella sola se dijo… “aunque claro, todo depende de dónde se establezcan los cánones de belleza y de quién los determine”. Exacto. Todo depende del prisma con el que miramos. Y está claro que hay que seguir cuestionando esa lente tan borrosa y equivocada.

Me sentí un poco como Jesucristo predicando las bienaventuranzas, pero me fui a casa muy feliz, pensando que con cada pequeña aportación que hacemos, con cada charla entre amigos que tenemos y en la que desenterramos fantasmas, avanzamos y contribuimos a hacer un mundo un poco más abierto de miras. Yo respiré aliviada, porque sé que mi amiga es una persona consciente de la realidad y que, la próxima vez que alguien criminalice a un gordo sin razón (nunca la hay), responderá con más criterio del que tenía. Y, si somos afortunados y esa persona increpadora abre los ojos y es capaz de reflexionar, tal vez la gordura empiece a dejar de ser excusa para el ataque. De hecho, puede que la gordura comience a arreglar el mundo.

Red

 

Fotos del artículo: Mariana Godoy