Otra vez. Había pasado hace tiempo y parecía todo aclarado. Pero claro, gente nueva y otra vez se desencadenó.

Cuatro letras. Dos sílabas que liberan el gran debate: P-A-P-O.

Porque papo divide al país. Porque donde algunos vemos moflete, otros ven chumino. Porque “te pellizco el papo” es una de las frases qué más consternación pueden provocar según en qué ciudad decidas pronunciarla.

Me di cuenta de este melodrama del día a día, cuando me involucraron en este gran debate al preguntarme que qué era para mí papo. Pues moflete, carrillo, mejilla. Y ahí descubrí que para gran parte de la población no es mejilla, sino almejilla.

 

Y comencé a reflexionar sobre esto. ¿Acaso existe un diccionario chuminil-castellano, castellano-chuminil? ¿Con cuántas palabras se puede definir a la vulva? Desde cosa hasta peseta, pasando por potorro a cuca (que lo siento, pero cuca me suena a cucaracha y por ahí sí que no paso).

Todo empieza en casa. Cuando preguntas o cuando llega el momento de nombrarlo. Y ahí llega la herencia, la tradición familiar. Porque heredas la forma en que se lo nombraron a tu madre. Y a ella le llegó de tu abuela. Y a tu abuela… No, claro. Imagino que antes ni lo nombraban. Porque como todo el universo femenino es algo callado. Porque si se calla, igual no existe.

Pero ahí estas tú con tu chichi y su denominación de origen. En algún momento te das cuenta que el resto no lo nombran igual. Lo comentas con amigas cercanas. Cuando creces, lo confiesas a parejas, como quien desvela un secreto. Tan íntimo, tan privado.

Y ahora esto. Ahora descubro que cuando de pequeña me pizcaban mis grandes mofletes y se referían a ellos como papos, habría supuesto un paro cardíaco para más de uno de mi casa hacia el sur.

El gran debate nacional está en las calles. Divididos por el papo. Y por la manía de poner mil eufemismos al coño. Que vale, para una niña decir coño puede sonar muy fuerte, pero unifiquemos: un Batua para el chirri.

Quiero pellizcar papos sin encontrarme con sorpresas. Damnificados papiles, unámonos.

Y tengamos algo claro: coño hay que decirlo más. No sólo para nombrar algo malo (porque el significado de “qué coñazo” frente a “es la polla” también da para analizar y para debate, debate largo), empecemos a nombrar las cosas por su nombre. ¿Pero con qué nombre?