Tengo el superpoder de haber estado dieciséis años en manos de monjas y no haber tenido que llevar uniforme nunca. Bueno, vale: esto que os acabo de contar tiene su parte de verdad y su parte de mentira. La parte verdadera es que yo nunca tuve que llevar uniforme «al uso», ese que la mayoría de la gente tiene en la cabeza cuando piensa en uniforme de colegio de monjas: jersey, falda y calcetines altos. La parte de mentirijilla es que en mi colegio sí había uniforme: el uniforme de gimnasia, que eso era todavía peor que el jersey y la faldita.

Mi uniforme de gimnasia consistía, nada más y nada menos, que en una malla de ballet y unos pantalones feísimos. Menos mal que yo tengo la suerte de haber sido siempre una chica bastante echá p’alante y no me sentía muy ridícula vistiendo determinadas cosas, pero estoy segura de que muchas de mis compañeras de clase sufrieron por la vergüenza tan grande que les hacía pasar esa malla superajustada y superescotada. Mientras los chicos podían llevar una simple camiseta con el escudo del colegio y su pantaloncito como Dios manda, nosotras teníamos que ir con la puta malla azul fluorescente. ¡Qué injusta me parecía a mí la clase de gimnasia!

Igual de injusta que le debe de resultar a mucha gente la situación actual con el uniforme «al uso». Mientras que en muchos colegios las chicas tienen la opción de elegir si prefieren uniforme con falda o con pantalón, en otros la única opción es la falda obligatoria. Ya no voy a entrar en el debate de si es bueno o malo que los alumnos de un colegio vistan de uniforme, eso lo dejamos para otro día. Hoy solo quiero hablar de que, obligando a una niña a vestir de una manera diferente, evidentemente estás creando una barrera: estas separando a los chicos de las chicas y les estás enseñando que tienen una serie de obligaciones u otras dependiendo de su sexo, lo cual, sin duda alguna, va a fomentar que los adolescentes se perciban a sí mismos como alguien diferente dependiendo de su género, cosa que no hace sino fomentar y perpetuar (dos por uno) las desigualdades entre hombres y mujeres.

Menuda lotería todo el día en faldita
Menuda lotería todo el día en faldita

Por no hablar de que ir al colegio en falda y sin medias si vives en Salamanca, con sus cuatro graditos bajo cero a las ocho de la mañana, es inhumano. Y tampoco voy a querer hablar del tema de no poderte dejar los pelánganos libres en invierno, cosa que es maravillosa de hacer, pero como tienes que ir enseñando pierna todo el año te tendrán que regalar la depilación láser por tu primera comunión.

El periódico eldiario.es ha recogido la noticia de que una veintena de asociaciones se ha unido para acabar con la falda obligatoria en los colegios. Aunque existe la sentencia del Tribunal Constitucional sobre este tipo de discriminación en los puestos de trabajo, parece que esta misma regla no se ha aplicado en el entorno escolar. Estas asociaciones aluden en su manifiesto a la incomodidad que provoca el llevar falda, pero creo que esa es solo la capa superficial de este problema. Es verdad que llevando falda no se puede jugar tan cómodamente, pero no olvidemos que la falda no es otra cosa que un símbolo de una sociedad supercaduca que no permitía a la mujer, en ninguna ocasión, llevar pantalones.

Y no estoy criticando a la existencia de una prenda de vestir que se llama falda. Lo que quiero criticar es que se anule la voluntad de los niños y no se les dé la oportunidad de elegir el tipo de uniforme que quieren vestir. No digo que la falda esté mal, digo que los alumnos deberían tener la opción de decidir si les apetece más llevar falda o pantalón. Algo que, viendo sobre qué valores se fundamentan ciertos centros educativos, parece una sinrazón total: «si les damos a los niños la libertad de elegir» pensarán, «y les enseñamos a que las opciones están ahí, pero ellos tienen que ser capaz de tomar decisiones… ¿cómo nos van a hacer caso en el resto de normas morales ultrarrancias que les queremos imponer?». ¡Tranquilos, que solo es ropa!