Hace unos días me encontré a mí misma diciendo la frase “céntrate en tus estudios ahora que puedes que ya tendrás tiempo de salir con tus amigos”. Madre mía, vaya deja vú. En ese mismo instante recordé a mi madre diciéndome esa frase unos años atrás.

Tengo la suerte, por decirlo de alguna manera, de trabajar con adolescentes. Mis queridos estudiantes rondan entre los 14 y los 18 años. Y yo, que no tengo ni 27, me encuentro ya dando ese tipo de consejos que odiabas que tu madre te diera a esa edad. Pensabas “mamá, por favor, tu que sabrás, ahora todo es distinto!”. “Sí, distinto”, eso pensaba tu madre y eso mismo es lo que pienso yo ahora.

Bendita adolescencia, cuantas veces habré querido volver atrás y aprovechar más esos momentos y esos días en los que tu única preocupación era qué trocito de frase cursi o emo ponías en tu estado del Messenger (obviamente alternando letras mayúsculas y minúsculas). Yo fui una de esas personas de “aprobado justito” en el instituto a las que la universidad se nos hizo cuesta arriba. No prestaba atención, faltaba a clase, me bastaba con aprobar. Sin mucho esfuerzo pasé a la universidad y fui allí donde me encontré con personas absolutamente preparadas que sí habían sabido centrarse en sus estudios durante su adolescencia.

Estoy absolutamente segura de que cuando les explico esto a mis alumnos piensan que soy una pesada y que ya les estoy pegando el sermón de siempre. Pero yo pienso que soy súper enrollada y que me ven como la profe guay porque soy joven y llevo sudaderas de superhéroes. Dentro de mí sigue viviendo esa niña de 16 años que llevaba Vans y cinturones de tachuelas que se creía que se iba a comer el mundo pero no hizo nada para poder comérselo. ¡Ay, de mí!

¿Es ley de vida que nos convirtamos en nuestras madres? ¿Es normal que digamos una y otra vez frases que odiábamos escuchar cuando éramos más jóvenes? ¿Cómo es posible que de adolescentes creamos que lo sabemos todo cuando es la época en la que más pavos y tontos estamos? Y vosotr@s, ¿qué pensáis?

Mel.