¿Sabes ese preciso momento en que te acurrucas en la cama, te tapas hasta el cogote, sigues con ese sueño maravilloso en el que Hugo Silva te saca a bailar y te duermes feliz? Sí, sí, justo ESE momento en el que suena la alarma y maldices en arameo. Ese momento

Gracias a ese momento empezarás el día con cara de bulldog inglés.

Te vestirás con desgana para salir a la calle con la mirada perdida en el infinito. En el trabajo parecerás un autómata, muda y con cara de esfinge. Pétrea. Ni las bromitas del compañero graciosillo te animarán. Ni el piropo que tu amiga te lanza esperando una sonrisa. Ni el donut de azúcar. Nada ni nadie dispersa el nubarrón que corona tu cabecita.

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Todo gracias a ESE preciso momento.

Porque la vida está llena de “esos” momentos. Momentos que son tan efímeros como un aleteo. Que si te descuidas ni te enteras. Pero algo sucede. Un click! Y se activa la maquinaria.

Ese preciso momento en que por fin consigues llegar al baño antes de explotar, te preparas, te colocas en posición y…¡la puerta! Alguien al otro lado zarandeando insistentemente la puerta. Como si de tanto intentarlo se fuera a acabar abriendo. ¡Que está ocupado, ¿no te das cuenta, retarder?!

Intentas recomponerte. Te subes los pantalones y después de 25 intentos, por fin, la cremallera cierra. Sales del baño mientras la retarder te mira con cara de desaprobación (“¿qué estarías haciendo ahí dentro?”). Y es entonces, justo en ESE momento, que la cremallera estalla y tus lorcitas preciosas escapan descontroladas sobre la cinturilla del maldito pantalón, se desbordan, libres y desbocadas en ESE preciso momento en que el morenazo de contabilidad cruza por delante y se maravilla con tu tanga de Primark , rosa fluorescente y puntillas amarillas.

Vuelves a tu mesa intentando controlar lo incontrolable de tus carnes, pensando cómo narices aguantar hasta las 17 con una cremallera rota. Crees ver la luz cuando rebuscando en el bolso a la caza de hilo y aguja te encuentras con la chocolatina del café que guardaste para luego. ¡Bien,endorfinas!. Rasgas el envoltorio , abres la boca dispuesta a saborear ese delicioso trocito de pecado y , justo en ESE preciso momento aparece  ante tí un cliente esperando impaciente que dejes tu pecaminosa actividad y le atiendas. Y ahí estás tú, con los dientes llenos de chocolate intentando dignamente articular alguna palabra inteligible.

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Las 17 llegan por fin.  Sales a la calle rezando para que las grapas consigan aguantar y hacer las veces de cremallera hasta llegar a casa (eso es supervivencia oficinista, que unos clips y unas grapas ¡hacen milagros!). Caminas decidida hacia la parada de autobús y, desde luego, justo en ESE momento pasa el susodicho junto a tí y se ríe de tu triste suerte con la enorme boca del anuncio de una clínica dental pegado a su rojo trasero.

Pero llegarás a casa. Tu salvación, tu madriguera cálida y segura. Te enfundarás tu pijama, ese con el que fuiste tan feliz bailando con Hugo Silva. Caerás vencida en el sofá, con cantidades inmorales de guarrerías varias maldiciendo tu odioso día. Nada mejor que una de tus pelis analgésicas, las que a pesar de haberlas visto mil veces, siempre consiguen hacerte llorar como una descosida y angustiosa consumidora de pañuelos de papel.

Y justo en ESE momento de éxtasis total, precisamente en ese momento, se abrirá la puerta y aparecerán tu hermano y su colega, el macizo, que no sabrá cómo recomponer su cara después de encontrar al grito de Munch en el sofá, con su maquillaje corrido, su moño destartalado y ese horrible pijama del mercadillo.

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Tú querrás morir allí mismo. Pero el destino es el que te toca, chica, así que apechuga, levanta las ruinas de tu orgullo y procura desaparecer a tu habitación, eso sí, intentando no golpearte el dedo pequeño del pie contra la pata de alguna silla, porque si eso sucede amiga, justo en ESE preciso y jodido puñetero momento, King Kong será el mono plasta que acompaña a Dora La Exploradora comparado con el ser infernal en el que te convertirás.

Y entonces sí, sólo en ESE preciso y conciso momento sabrás que mañana, por narices, será un día mejor. Y sonreirás.

Cerrarás los ojos, feliz. Hugo te espera.

Autor: Silvia Romero