La noticia de que Elena Andía, una mujer experta en gemología que buscaba trabajo en el sector de la joyería, fue rechazada por la empresa F. Roca Diamants por estar gorda, ha corrido como la pólvora. Gracias al testimonio de esta valiente mujer, que lejos de avergonzarse ante una situación humillante decidió contar que había sido discriminada por su físico, se reavive el debate sobre uno de los problemas más cotidianos a los que nos tenemos que enfrentar las personas con sobrepeso.

“Nos ha gustado mucho tu currículum. Creo que eres la persona más preparada para este puesto de todas las que se han presentado. Pero, sinceramente, estás demasiado gorda para trabajar aquí”.

El periódico El español recoge la frase con la que despacharon a Elena. Además, la persona encargada de hacer las entrevistas a los candidatos también se permitió el lujo de demostrar que no solo era un gran profesional de los recursos humanos sino un entendido en nutrición, pues no quiso despedir a «la candidata gorda» sin recomendarle que bajase por lo menos treinta kilos y que cenase yogures desnatados. 

Como este tipo de conductas en ámbitos laborales pueden ser denunciadas, no solo públicamente, sino ante la ley, no me quiero regodear en el absoluto desprecio con el que trataron a una mujer que buscaba trabajo. Quiero hacer una reflexión sobre el mercado laboral y sus verdaderos intereses, porque ante una respuesta como la anteriormente citada, queda bastante claro que se les ha visto el plumero.

Lo lógico sería pensar que una empresa siempre quiere lo mejor, más aún si estamos hablando de una joyería. Los mejores materiales, los mejores diseños, las mejores marcas y los mejores empleados. Sin embargo, todos sabemos que la realidad, al menos en España, es completamente diferente. Que de puertas para adentro seguramente no importe tener a un gemólogo gordo, pero que de cara al público, la buena presencia aún es un requisito indispensable para agradar al cliente, y, por lo tanto, venderle mejor.  Y que esa buena presencia siempre significa lo mismo: delgada, guapita y tirando a alta.

Podría llegar a entender que, ante varios candidatos con preparación similar y mismos años de experiencia, la «presencia» sea el requisito del desempate. Entiendo perfectamente que una empresa quiera tener a unos empleados de cara al público que sepan cómo vestirse, cómo arreglarse y cómo comportarse a la hora de trabajar con un cliente. Pero no me cabe en la cabeza cómo pueden llegar a pesar tanto los taitantos «kilos de más» (entrecomillo esto porque digo yo que quien determina cuántos kilos de más tiene una persona es un médico, no un joyero) de una mujer por encima de su trayectoria profesional.

(Por cierto, que tampoco me cabe en la cabeza cómo esa misma empresa puede exigir buena presencia y a la vez pueda tener contratada a una persona para que entreviste a los solicitantes como esta, si, claramente, esa persona tampoco tiene buena presencia, pues no sabe cómo comportarse en su trabajo) .

La gordofobia es un problema tan arraigado en nuestra sociedad que puede llegar a influir hasta este nivel en la vida, la carrera y el futuro profesional de una persona. Desde muy jóvenes todos nos esforzamos por tener un buen curriculum, por estar preparados, por mejorar en nuestra profesión… y de repente nos dan un tortazo de realidad como este: no importa tu carrera, no importa tu master, no importa tu experiencia, no importa que hayas sido la presidencia de la Asociación de Gemólogos de la Universidad de Barcelona: solo nos importa tu físico, así que en vez de haber estado estudiando y trabajando tantos años, bien podías haber pasado alguno en el gimnasio.

De todas formas, aún de casos como este se puede sacar el lado bueno: si una empresa «de prestigio» te rechaza única y exclusivamente por tu físico, es que mucha oportunidad de desarrollo profesional no te iban a dar. Probablemente solo buscasen a alguien que sonriera y no pensase demasiado, y, seguramente, a una persona tan preparada como Elena este tipo de trabajo se le quedase muy pequeño.