Soy una yonki de la Coca-cola. Debería decir que lo fui, en pasado, pero como toda adición está superada pero no se deja nunca atrás. Llevo “sobria” de Coca-cola desde el 6 de diciembre de 1999. Lo recuerdo como si fuera ayer porque era el cumpleaños de mi hermana y yo tenía todavía los tiernos 15 añitos. ¿Qué cómo pude tomar la determinación –tan joven y en la flor de la vida– de dejar semejante vicio? Os contaré mi historia.

Yo bebía mucha Coca-cola. Pero lo que ahora estás pensando que es mucha para ti, eso era poco para mí. Era lo primero que hacía al levantarme cada mañana; nada de ir al baño o dar un beso a mis padres. Abría la nevera y bebía a morro de la botella de dos litros.

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¿Sabes cuál es esa sensación cuando tienes sed, te coges una lata de Coca-cola y te la bebes, tranquilamente, mirando la tele? Pues eso hacía yo con las botellas de dos litros. Tenía una pajita larga para no tener que hacer el paripé de ir vaciando en el vaso a cada vez. Me ponía la botella entre las piernas, pajita en mano y venga a chupar. Así, un par de veces al día. En mi recuento, visto más de 16 años después, yo diría que bebía entre 3 y 4 litros al día, en un día normal.

No se quedaba en casa, que allá donde iba pedía Coca-cola. Que no se atrevieran a insultarme con sugerirme Pepsi porque me ponía hecha una furia. NO ES LO MISMO.

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A tal llegaba mi afición que, cuando me quedaba a dormir en casa de mis amigas, la cosa se ponía tensa si no había Coca-cola. Ellas ya se encargaban de informar a sus padres. Recuerdo una vez que me quedé en casa de mi amiga Belén y su madre había comprado… Cola Marca Dia. Fue un día muy duro, sentí que el pequeño Robert DeNiro que llevaba dentro se apoderaba de mí y que, como salida de una de esas películas de mafiosos, se acrecentaban mis ganas de estampar caras contra platos de pasta y chillar: “¿Estamos de puta coña? ¿Qué mierda es esto, qué? ¿Qué puta mierda creías que ibas a conseguir dándome la jodida basura de Cola Día?» Por suerte, aquel día rechacé la cola (ni en broma hubiera pasado por mis labios nada que no fuese de la marca) y bebí triste agua.

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La cosa fue a peor. Hicimos un concurso en las fiestas del cole entre amigas (nada oficial, las monjas nos hubieran matado) a ver quién bebía más vasos de 25cl de Coca-cola. gané, claro. Tomé 8 de tirón. Luego me fui a casa y cogí mi botella de 2 litros, como cada tarde.

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Os debéis estar imaginando que yo tenía el tamaño de un globo y que salía volando por la ventana, pero no era el caso. No sé cómo estarían mis dientes o mi estómago, eso es otra cosa. La cuestión es que decidí parar. Sin más. De manera radical, no reducir consumo. Nada, cero, ni una gota en 16 años y pico. Al poco de dejarlo recuerdo que salió en las noticias que la compañía estaba pasando por una mala etapa financiera y me llevé las manos a la cabeza: ¿Qué he hecho? ¿He arruinado la Coca-cola yo sola?

Desde entonces, os preguntaréis, vivo feliz. Cuando alguien se sirve una delante de mí pido olerla –si me dejan– y aspiro bien fuerte. Se me empañan los ojos de tanto en cuando. Nunca he llegado a probar la Cola Zero, no sé por qué se diferencia tanto de la Light. Misterios de la vida. En 2003 un compañero de la carrera decidió beber una lata delante de mí en mitad de clase para darme envidia y yo, descontrolada, me levanté y lo besé. Dulce y espumosa Coca-cola en mis labios durante apenas un segundo (y mezclada con babillas ajenas).

¿Mentiría si dijera que no he tenido mis momentos de duda? Sí, pero estoy orgullosa de mi hazaña. ¿Volveré a probarla algún día? Quizás, tal vez, who knows! Dejaré las ganas para cuando la empresa se esté yendo a pique y así reflotarla.