Hace unos días, saltó la noticia del hombre que se fue Las Vegas y grabó toda su estancia con la GoPro del revés. No sé vosotros, pero a mi entraron ganas de abrazarlo fuerte. Pobrecito mío, no quiero imaginar la decepción cuando llegó el momento del visionado. Criaturita. Ver su ilusión mientras documentaba su viaje (con bromitas y todo) sin anticiparse al trágico final, me hicieron sentirme muy identificada, y me puse a recordar la cantidad de veces que la he liado parda pardísima, por culpa de la tecnología moderna. Y es que #TodossomosJosephGriffin

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– El buscador de Facebook junto a la barra de estado.

¿Quiere alguien explicarme a qué mente brillante se le ocurrió semejante faena? Ahí estás tú, cotilleando a esa persona que odias, pero que no puedes dejar de fisgar, o aun peor, a la persona que amas en secreto, no, AUN PEOR, a tu ex. Es ahí cuando en décimas de segundo, ves toda tu vida (y dignidad pasar), tras darte cuenta de que acabas de escribir su nombre en tu barra de estado. Y sí, has apretado intro.

El doble tap del Instagram.

Otro invento del demonio para las fisgonas como yo. Y lo peor, no es que al bajar la pantalla le des al corazoncito sin querer, sino el ataque de locura transitoria que hace que aprietes compulsivamente el like hasta cerciorarte de que está en blanco, dejando constancia de que eres una stalkeadora loca, que no sabe ni cotillear en condiciones.

El envío por bluetooth.

Entre las grandes utilidades del bluetooth, se encuentra la de poder mandar archivos a gente que se está en nuestra zona sin gastar datos. Hasta ahí genial, lo malo viene, cuando sin querer le mandas una foto tuya a un desconocido, que casualmente, tiene el mismo nombre de bluetooth que el destinatario real. Y el cabrón no sólo la acepta, sino que te manda un texto en el que pone: “Te estoy viendo, pringada, je je”. True story.

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– El GPS.

Desgraciadamente, necesito más de los dedos de una mano para contar la cantidad de veces que he el gps me ha llevado a una calle que tiene el mismo nombre que la dirección a la que yo quería ir en un principio, pero que curiosamente, está en la otra maldita punta de la ciudad.

– La llamada de Whatsapp.

Ese momento en el que estás cotilleando la foto de whatsapp de alguien, y sin querer pulsas el botón de llamada. ESE MALDITO MOMENTO. Sumemosle mi cara de pánico cuando ando escasa de datos y se me ocurre darle por error estando lejos de un wifi, es más expresiva que El grito de Munch.

– La configuración de privacidad de Facebook.

 No sé vosotros, pero para hacer esto bien yo tengo casi que opositar. Más que nada, porque cada vez que he querido ocultarle una publicación a alguien, me ha salido justo al revés. Tan al revés, que el único que lo ha visto ha sido la persona a la que tenía que bloquear.

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– El micrófono del Whatsapp.

Que el WhatsApp lleva intentando arruinarnos la vida desde que salió, (y aun así lo seguimos amando), es un hecho. No sólo mandamos emoticonos cuando no vienen a cuento, nos confundimos de destinatario o llamamos cuando no debemos, sino que mientras intentamos enviar un maldito mensaje, nos metemos en un bucle infinito de grabar y parar de grabar. Eso, si tienes suerte. Y no mandas un mensaje ininteligible o mucho peor, parte de una conversación privada.

  El bluetooth del coche.

Regla básica para usuarios metepatas: siempre, siempre, conecta la radio cuando vayas a hacer una llamada por bluetooth en el coche. Y recuerda, hasta que no se vuelva a escuchar la música tras colgar, NO DIGAS NI UNA PALABRA.