Los años pasan inexorablemente para todo el mundo. Y el tiempo vuela. Estamos a un tiro de piedra de despedir otro año y yo me pregunto ¿cómo? ¡Si todavía me acuerdo hasta del modelito que lucí en Fin de Año! ¿Se acordarán también los demás o podré repetir?.

Como mismo pasan las horas, los días, las semanas, los meses y los años se nos pasa la vida y cuando nos queremos dar cuenta pasamos de estar intercambiando papelitos con nuestra mejor amiga en clase a estar yendo al bautizo de su hija. ¿Pero cómo ha podido pasar todo tan deprisa?

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Eso me lleva a pensar en lo que cambian las forma de divertirse con la misma facilidad que nos cambia la vida.

Cuando tenemos dieciséis y nuestros padres no nos dejan ir más allá de las fiestas del barrio (eso sí después de haber hablado con las madres de todas nuestras amigas para asegurarse de que vamos juntas) nos enfadamos, nos revelamos y maldecimos unos progenitores tan autoritarios que controlan desde qué ropa llevas hasta a qué hora debes volver.

“A Fulanita la dejan hasta las doce” – “Pues tú hasta las once y media” . Y quien diga que nunca ha tenido esa conversación miente.  Luego sales, te lo estás pasando en grande pero claro, a las once y media hay que estar en casa y para eso hay que pillar un taxi, y siempre hay cola en la parada.

Son unos años complicados pero en un momento te das cuenta que pasas los dieciocho y la cuerda se suelta un poco, y enseguida te caen los veinte y ya tu vida es más o menos tuya. Y digo más o menos porque hasta que no le llega a uno la independencia económica su vida no le pertenece del todo.

En la segunda década de nuestra vida todo mejora, o no, y las discusiones empiezan a ser otras y las formas de divertirse también.  Ahora en vez de pelearte con tu padre por la hora de llegada lo haces por el coche. Si te lo presta o no. “Que tengas cuidado que ya lo rayaste una vez”Jolínes pa, que las columnas de los centros comerciales se mueven solas y me tienen manía ya te lo he dicho”.

Comienza ahora la era de las discotecas, los botellones en los coches (los de los padres de otros claro), la música cañera, probar cosas. Se abre todo un mundo de posibilidades. La universidad, en la que si has sido aplicado ya llevarás dos años, no deja de sorprenderte. Te haces amiga del hippie que fuma porros en la cafetería y un día, así porque sí, le das una calada; tonteas con gente de cursos superiores, te vas de acampada. Quemas noches y días, empatas fiestas con exámenes, carnavales con semana santa y verano con navidad y ¡pum! De repente tienes treinta.

Te sientas a hacer valoración de tu vida, tu entorno y tus amigos después de haber soplado las velas de la tarta de cumpleaños, que aunque una ya peine canas es una tradición, y te das cuenta de  lo mucho ha cambiado todo.

Tus amigos están casados o con pareja estable. ¿Espera un momento? ¿Eso cuándo pasó? ¡Ah sí, ese día que te pusiste ciega a vodka para superar el trauma!. A pesar de la estabilidad de algunos, los grupos siguen viéndose, siguen quedando ¿para qué?

Una copita discreta pa mi
Una copita discreta pa mi

A los treinta el plan perfecto es comer helado y pizzas en casa de una amiga viendo pelis. Quizás, un día una cenita tranquila en un restaurante, que ya todos trabajamos y podemos permitirnos algo más que el Mcauto a las seis de la mañana, pero sin pasarse que tenemos hipoteca.

Tal vez tomar una copa, de vino que ya somos adultos y eso queda muy chic, en una terracita en una noche calurosa, no nos vayamos a resfriar. Si por algún casual alguno propone ir a una discoteca, bueno se intenta. ¡Venga sí a recordar los buenos tiempos!  Y entonces entras en ese lugar y parece que te hayan abierto las puertas del mismísimo infierno. ¿Qué es este ruido? ¿A esto llaman música? ¡Pero si no me sé ninguna canción!  ¿Y estas luces? ¡Me va  a dar epilepsia!

Sin contar con el hecho de que, los que sigan en estado de soltería, no van a encontrar ahí a nadie con quien ligar o pasar una noche divertida a no ser, claro está, que le gusten los yogurines…¿pero estos niños no deberían estar en la verbena del pueblo con su hermana mayor como nosotros a su edad?

¿Y más allá de los treinta?….¡no lo sé, ya les contaré cuando los viva!

Autor: Zeneida Miranda