Si algo me ha enseñado WeLoversize es que jamás de los jamases debes cambiar tu forma de ser o de comportarte para adaptarte a los demás, y juro por todos los dioses que lo he cumplido a rajatabla… o al menos lo he intentado.

Confieso que he pecado, pero necesitaba decir adiós a la hora de conexión y al check azul con tal de no aguantar a la gente pesada. Que sí, que está muy mal, y mi pobre madre ahora vive en un sinvivir cuando hago un viaje o sabe que salgo de fiesta, pero tenía que poner freno a la epidemia del doble check.

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La epidemia del doble check surgió hace 4 años, cuando los señores creadores del WhatsApp decidieron lanzar una versión de la aplicación para Android. Básicamente pasó lo mismo que en las películas de acción cuando un señor con bata blanca tira una probeta al suelo liberando un virus mortal pero el actor de turno (probablemente Tom Cruise o Will Smith) acaba salvando el mundo. Por aquel entonces ya se veía venir que estábamos jodidos, resulta que en el mundo real no tenemos a ninguna Alice Abernathy, pero nadie se imaginaba la magnitud del desastre.

Al principio los síntomas de la epidemia no eran graves. Ligeras palpitaciones cuando alguien no te contestaba al WhatsApp, breve paro cardiáco cuando te llegaba un mensaje pero era Orange ofreciéndote una nueva promoción y sudoración fría si tus amigos te obligaban a no mirar el móvil mientras cenabais (ya hay que ser mala gente…).

Entonces los señores del WhatsApp dijeron “vamos a joder un poquito más al personal”, y decidieron lanzar una actualización. Comenzó la era del check azul. Ahí la cosa se puso chunga y todas aquellas sospechas que tenía la gente pesada se vieron confirmadas.

“- ¿Estará pasando de mí?

– Que va tía, seguro que no te ha leído.”

ZAAAAAS. De golpe y porrazo esa conversación dejo de tener sentido. Las dudas no tenían cabida, y la peña empezó a saber cuándo los demás pasaban de su culo. El problema es que acabamos pagando justos por pecadores, y yo que soy muy maja me vi envuelta en un mar de reproches del que no conseguí salir.

Todavía se me pone la piel de gallina al recordar mi primer contacto con un infectado por la epidemia del doble check. Paré en un semáforo y miré de reojo el móvil. “¿Qué tal tía?”, decía el WhatsApp en cuestión. Sonó un claxon y el señor del coche amarillo que tenía detrás me puso cara de oler mierda, así que arranqué. Cuarenta minutos después llegué a mi ciudad y cuando desbloqueé el móvil para decirle a mis padres que estaba sana y salva lo vi…

“¿Hola?

EOOO.

¿Marina?

Que sé que me has leído…

Vale, simpática, ya veo cuanto te cuesta contestar.”

Y yo flipé en colorines, porque sin comerlo ni beberlo un chaval que resultó ser un chapas de manual me estaba montando un pollo.

Por desgracia no fue la última bronca de este tipo que me comí y aunque reconozco que alguna que otra vez sí que dejé mensajes sin contestar porque no me salía del santo toto, acabé soberanamente harta de los chapas que me exigían dedicación vía WhatsApp 24 horas y 7 días a la semana. Sus mensajes eran lo más importante, daba igual que yo estuviese estudiando, trabajando, cagando, follando o durmiendo. No quedaba otra que poner punto final al drama.

A día de hoy la epidemia sigue creciendo. Como si de la gripe se tratase, todos la acabamos pillando. Algunos hemos logrado salir a base de ibuprofeno (que vale para todo), madurez mental y filosofía de vida –ah, y quitando el tick azul y la hora de conexión–. Otros se quedaron por el camino, eso sí, muy lejos de mi lista de contactos.

@ManriMandarina