Voy a relatar la historia de un viernes noche en el que llegué a plantearme más cosas de las que debía. Mi objetivo con esto no es ofender a nadie por el tono del texto, sino visibilizar algo que puede ser muy cotidiano y que es importante saber tratar con perspectiva y la cabeza bien fría.

Siempre nos han contado que es peligroso que una mujer vuelva a casa, camine o pasee sola aciertas horas de la noche. Podemos creerlo más o menos, pero a fin de cuentas no deja de ser una acusación en la que la culpa del peligro reside en nosotras, por ser ingenuas, no buscar compañía y protección y enfrentarnos solas a lo que pueda pasar.

3:40 de la mañana. Esa noche en cuestión yo volvía de tomar un par de cervezas con mis amigas. Y se me ocurrió la maravillosa idea de que podía ir a saludar a mi cuadrilla, que se encontraba muy cerca del sitio en el que nosotras estábamos. Decidí tomar una ruta llena de farolas, no fuera a ser que me encontrara con algo turbio y todo quedara entre sombras. Efectivamente, después de escoger el camino que había recorrido infinidad de veces a altas horas de la noche algo desagradable pasó.

De repente, alguien vino corriendo por detrás de mí y me agarró del culo como si estuviera exprimiendo dos naranjas, regocijándose en lo que hacía. Durante los dos segundos que tardé en girarme pensé que podría ser alguna amiga (aunque somos más de saludarnos con dos besos), pero cuando me di la vuelta me encontré con un chico al que no había visto en la vida.

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Le pegué cuatro gritos huracanados, ya que cuando me pongo nerviosa mi tono de voz se eleva hasta los confines de la tierra, pero el muchacho no parecía tener intención de irse. En vez de marcharse, me empujó contra la pared, y me intentó meter mano mientras yo me resistía como podía.

Entonces empezó lo que para mí remató una actuación lamentable por parte del muchacho.

“Rocío, pero ¿qué haces Rocío? ¿No eres Rocío? A ver, ¿Cuál es tu instagram?”

Ni que decir cabe que yo ni me llamo Rocío, ni había visto jamás a ese idiota y que por supuesto toda mi resistencia estaba acompañada de gritos y amenazas hacia él.

Al final no sé de dónde saqué fuerzas, pero le di una bofetada, una patada en la espinilla y otra en la entrepierna. Inmediatamente después, él salió corriendo mientras yo le insultaba con un vocabulario digno de los mejores guettos.

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Después de todo esto yo estaba con la adrenalina por las nubes, y decidí que ya que “no había llegado a ocurrir nada” no quería denunciar por el momento. Total, que ahora viene mi gran reflexión.

Mi conciencia crítica me hizo removerme por dentro durante todo el día siguiente. Si habían intentado abusar de mí, ¿por qué no iba a denunciar? Una pequeña feminista gritaba desde el fondo de mi corazón. Soy la primera que siempre aconseja lo que en ese momento no fui capaz de hacer.

Pero ¿y si realmente el chico me confundió con una conocida y no tenía mala intención? No dice mucho a su favor que después de repetirle seis veces que no era Rocío, el chico no desistiera.

Pero ¿y si era chica realmente hubiera sido su amiga, habría parado ante la negación, la resistencia y los gritos? Está claro que, siendo conocida o no, ese chico se merecía todos los golpes que le pude atizar con mi cuerpecito si no es capaz de parar ante la petición de una mujer.

Después de contar la experiencia a mis conocidos, la conclusión final fue un “Está claro que no deberías haber ido sola”. Algunos incluso se sorprendieron de que hubiera puesto una denuncia, pues no consideraban que hubiese sido tan grave.

Tenemos que empezar a normalizar lo que realmente es normal. Como por ejemplo, a denunciar a cualquier persona que ataque directamente nuestros derechos y nuestras libertades, y no a excusar alguien que iba un poco pasado de copas.

Lo que más me jode no es el miedo, si no la impotencia de decir «¿Tengo que justificarme por querer caminar por la calle sola a cualquier hora del día? ¿Tengo yo la culpa de que un gilipollas no entienda que NO es NO?”

Silvia R.