En principio, así, a bote pronto, piensas que no va a haber diferencia, que el hecho en sí no va a distinguir esta de otras oficinas u otros ambientes de trabajo en los que hayas estado en el pasado… Sí, eres la única chica de toda la oficina, vas a pasarte de lunes a viernes la gran parte del día rodeada únicamente de hombres, pero no crees que ese detalle vaya a suponer algo especial en tus jornadas, ¿verdad?

Error.

Ser la única chica de la oficina es una guerra diaria que hay que asumir con honor, para la que te preparas cada mañana cuando sales de casa, y para la cual solo te faltan los colores de guerra cruzando tu cara. Yo no me saco el pijama y me pongo los vaqueros, yo cargo las bazucas en el bolso junto a la manzana de media mañana (stay healthy) y llevo las granadas en la mano que no sujeta mi termo de café.

No me gustaría soltar un par de tópicos y recibir críticas por diferentes vertientes de pensamiento que vayan o bien a defender la actitud masculina (¡No es para tanto!) o a extrapolar la opción femenina como idónea (no, una oficina toda de tías es un gallinero, y lo sabemos). ¡Equilibrio! El que no encuentro cuando noto que hay ciertas actitudes diferentes hacia mí de mis compañeros varones.

9:30 a.m. ¡Eh, qué pasa, tío! ¿Cómo va?, golpecitos en los hombros, algún choque de mano ocasional y a su sitio cada uno. A la chica: dos besos. Cada-maldito-día. No vengo a hablar del tema del besuqueo en concreto, y no me vale salir en defensa de la educación de mis compañeros al ser tan atentos. Entré en guerra de besaludos porque son, exactamente eso, compañeros de trabajo y no amigos (algunos sí, ¡hola!), pero el concepto no calló bien y pasé a ser la borde. Que si ya me valía, que si mofas, que si no quiero a mi familia o no la abrazo lo suficiente (WTF?), que pobre de mi novio la que tiene en casa… ¿Os dais dos besos entre vosotros? ¿Que no? A trabajar.

11:00 a.m. La chica conduce la reunión general y convoca para que se empiece. Dudas… Chismorreo… “¿Pero no esperamos a fulanito?”, “No, la reunión es entre nosotros…”. Se lleva a cabo, pero parece que las palabras no pesan. Te asienten, pero para mí que están más pendientes de alguna App del móvil. Hablas, y notas que las paredes y el mobiliario son más reactivos que sus cabezas. Y claro, tú piensas que ha quedado claro ese punto importante que has hecho sobre X tema… Pero te toman por el pito del sereno y hasta que cinco horas más tarde el famoso fulanito no repite tus palabras, que no procesan. Gracias por el apoyo, eh.

02:00 p.m. Hora de la comida. Huyes. El tema de conversación apasiona tanto que estás deseando dejar la marca de tu silueta en algún muro cual dibujo animado. Es una pena, porque en esa hora de digestión es donde se cuecen habas, es donde las reuniones tienen lugar, donde 55 minutos es conversación meh! pero los 5 restantes, amigo, son la clave del tema X… y te lo has perdido por no querer aguantar que a uno le cante el alerón, que el otro diga burradas y que el de más allá haga el friki 60 de los 60 minutos.

03:45 p.m. Aún estás tratando de disimular cómo te tapas la nariz para evitar que entre en pulmón el olor a fritanga que traen todos en masa (porque comen sano, sano) cuando cae la bomba. “Joder qué buena está esta pava”, y al oír eso no sabes si subir el volumen del Spotify o bajarlo para ratificar que está claro que lo que hay en la pantalla de tu compañero no es precisamente trabajo. “¿Esa tía está buena? ¡Qué va!”, “Joder, rubia de ojos azules”, “Yo me la tiraba”, “Si tiene cara de chupar pollas que da gusto…” y así va hasta que tu cara ya no puede disimular que has bajado el volumen pese a seguir con los auriculares. Entonces siempre alguien suelta “Pero a ella no le importa, contigo podemos hablar de estas cosas, ¿a que sí? Si eres un tío más”.

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05:00p.m. Eres un tío más. De puta madre. Se pueden eructar en mi presencia y justificarlo porque total… soy un tío más. Pero luego, claro, que si quiero que me traten como una señorita pero me quejo de las guarradas; que si abogo por la igualdad pero luego resalto las diferencias entre ellos y yo. Todos sabemos que no soy uno más. Que si fuera “un tío más” no habría diferencia y por lo tanto sería “una más”. No creo que me haga falta pene y nuez para instaurar un poco de equilibrio. Abrigo, bolso, y de vuelta a la trinchera, hasta mañana.

Después de leer esto pensaréis que mis jornadas son insufribles o que directamente curro con gilipollas, y ninguna de las dos cosas es verdad. Es tan solo que cuando los tíos se juntan con todo tíos el ambiente cambia, se respira algo en el aire que no hay cuando hay más de dos chicas allí (y no hablo la falta de higiene precisamente, aunque no es excluyente). Es obvio que el trato es diferente pero tanto para bien como para mal. Me parece muy educado que como sea la única chica se me haga trato especial, pero no compro que luego se vea normal que la que recoge las basuras, se encarga de comprar agua y papel o lave las tazas sucias sea yo. ¿En serio? No compro que al final del día el comentario sea “es que ella nos tiene que poner en cintura”. Resulta que me han contratado para ser Blancanieves y tengo que organizarles la vida a los siete enanitos.

Ser la única chica de la oficina me obliga a ser más dura de lo que quisiera, menos coñera de lo que suelo ser en realidad, más distante de lo que me verás fuera de horas laborables… Y aunque sé que ahí fuera puede que haya oficinas con una sola chica en las que ella esté encantada porque la tratan como una reina, me gustaría que no fuese ni su caso ni el mío. Me lo tomo con filosofía: ya me lo dicen ellos mismos, estoy desarrollando los músculos del cuello de tanto negar con la cabeza cuando los oigo farfullar que no me va a doler ni un pelo si tengo un golpe con el coche. Equilibrio… o acabaré yo haciendo chistes de tetas y ganando el concurso de a ver quién escupe más lejos*.

*Nota: en mi oficina nadie concursa por ver quién es el que escupe más lejos. En realidad, solo me quejo de los eructos (lo siento, Marc) y de las fotos de las tías en bolas del grupo de whatsapp del curro.