Si a estas alturas hay una lucha que nos atañe a todas las presentes es la del empoderamiento femenino. Encontrar todo aquello que desde otra perspectiva ha sido entendido históricamente como signo de debilidad o de vergüenza en nuestro cuerpo, nuestras acciones o nuestra vida y convertirlo en algo poderoso.

Para mí, un pilar fundamental del feminismo es no negar nuestra naturaleza ni nuestras diferencias, sino acogerlas y darnos cuenta de lo poderosas que somos cuando no nos avergonzamos de ellas ni nos quedamos quietas en los viejos límites establecidos.

Si en comparación con los hombres hay algo de nuestra naturaleza que nos hace enormemente poderosas (y quizá todas coincidáis conmigo) es la capacidad de crear vida. Hay algo de mágico en ello, que nos hace además poseedoras de una fortaleza innata, que no puede compararse con ninguna otra cosa. También es, por supuesto, un tema sensible y complicado, que involucra todas las facetas de la vida de una persona, y esque “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

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Existe en este campo, tras mucha lucha, el derecho a decidir. En nuestra sociedad, una mujer en esta situación puede decidir seguir adelante, o interrumpirlo. Esto es sin duda una conquista del feminismo.

He querido preguntarme sin embargo, ¿esta decisión es realmente libre?

Podríamos decir: SI, mientras no nos veamos coaccionadas directamente por nadie hacia una u otra opción. Pero, ¿qué hay de la coacción indirecta? ¿Somos capaces de ver cuándo la sociedad en la que vivimos nos está llevando violentamente a un callejón sin salida?

Imagínate que te ofreciese elegir entre una palmada en la espalda o una patada en la espinilla. Probablemente elegirías la palmada en la espalda y dirías: “Vaya, qué afortunada soy de poder escoger una palmada en la espalda”, y yo pensaría: “Qué contenta está esta chica con su palmada en la espalda. ¡Soy el mejor!” Yo presumiré de que te he dado la libertad de elegir, tú quizá digas que realmente no tenías una opción mejor.

Y así es.

¿Cuántas mujeres que en una situación complicada se han quedado embarazadas no habrán deseado en lo más hondo de su corazón seguir adelante con ello? Y sin embargo se han encontrado con un montón de obstáculos en el camino que han hecho morirse de miedo ante esa posibilidad:

  1. Las escasas ayudas institucionales: se alarman de la baja tasa de natalidad, pero no se ve por ningún lado al gobierno animando realmente (con medidas económicas y sociales) a mujeres  en esta situación.
  2. El mito de la conciliación laboral: si ya es difícil para una mujer con pareja, cuánto más cuesta arriba no se ponen las cosas para una mujer sola.
  3. El estigma rancio: “Eso le pasa por guarra”, “eso le pasa por tonta”, “¿quién la va a querer ahora?”, “ha arruinado su vida”. (No comments  al respecto). ef7c04ff-9f0f-41c6-975e-5115168c930b.inline_yes
  4. El desentendimiento olímpico del padre (en muchos casos): sea porque directamente desaparece de la escena o, en el mejor de los casos, porque sencillamente ninguno de los puntos anteriores les afecta del mismo modo a ellos.
  5. Y un largo etcétera, que podéis ayudarme a completar.

Así que amigas, para mí esta es una lucha pendiente, y no una lucha exclusivamente a nivel individual. Que por suerte podamos decidir que este tren no es para nosotras, y bajarnos con todo nuestro derecho. Pero que si sentimos algo dentro y decidimos quedarnos en este tren, no sea una opción suicida: que la sociedad nos acoja y nos valore como se merece. Que la maternidad sea una muestra de empoderamiento y no quede ni rastro de estigma, y se visibilice. Solo así podremos hablar de que somos realmente libres cuando decidimos.

Autor: Marta Arias.