Hola, me llamo Lara y soy runner ocasional (ahora es cuando todos decís “Hola Lara”). Llevo siendo runner ocasional dos años y medio, aunque el verano pasado me lo tomé en serio: fui a Decathlon y me compré el brazalete para llevar el móvil, el cinturón con bolsillito para guardar las llaves y como me vine arriba, me hice hasta con unos auriculares de esos que te cogen toda la oreja y me descargué el Runtastic Pro. Porque cuando eres runner ocasional y te dejas pasta gansa, haber pagado es la única manera de motivarme a mover el culo, y esto es así. Así que si sois o estáis pensando ser runners ocasionales como yo, id a por el pack completo, a por la gorra de sol de marca y no la Domyos de cuatro euros: esa gorra será la culpable de que os sepa mal quedaros en el sofá comiendo cacahuetes fritos con miel.

Esta regla de tres es mundialmente conocida en el mundo runner (no en el pro, si estáis leyendo esto y os va el tema de maratones y os dejáis los findes haciendo 40 kilómetros, pasaros a por otro artículo de la web que los hay muy bonitos antes de que os sangren los ojos): cuanta más pasta te gastes en tu equipamiento para dar el pego, más te costará encontrar excusas para no salir. Esos euros que no tenías y que se fueron en unas mallas que te marcan la celulitis y en una camiseta que no parezca de publicidad te estarán chillando. El problema es que cuando sales a la calle con todo encima -las zapatillas con cámara de aire para fortalecer glúteos y el top para corregir postura incluidos- y te cruzas con el primer runner, no lo miras con orgullo, no estás visualizando a un igual y le saludas con respeto de gremio… porque sabes que eres una impostora.

Salgo motivada porque la voz del Runtastic (session started!) me recuerda tanto a la de Benedict Cumberbatch que tengo ganas de llegar al kilómetro 1 para volver a escucharla. Mi lista “Runner” del Spotify siempre empieza con el Get Lucky de Daft Punk, y realmente necesito esa suerte para no matarme, escupir culebras y hacer el ridículo máximo (no por orden de importancia). Pero allá voy, “like the legend of the Phoenix”, la brisa me da en la cara, la gente no se asusta a mi paso… no voy tan mal, no estoy cansada. Claro que solo he hecho 20 metros, pero doy el pego. Well done, baby.

El primer tropezón es el primer escupitajo. Joder, yo veo a los futbolistas por la tv y me revuelve el estomago; siempre le chillo a la pantalla ante mi incomprensión de ver salir esa cosa por su boca. Pero subiendo la primera cuesta, a la tercera flema, siento cierto respeto por ellos. ¿Sentirán ellos también que se les sale el riñón por la boca? Bueno… la realidad es que respiro peor que Vader, pero no voy tan mal… Hasta que a tu lado dos guiris suben a mas velocidad que tú a ritmo de paseo y decides subir el ritmo. ¡Eso sí que no!

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El efecto subir el ritmo es un tópico social en el mundo running. Tú vas a tu ritmo y tan pancha, te sientes a morir y tu mirada trata de convencer a la gente que se cruza contigo que el color rojo-sangre-de-cerdo de tu cara es habitual, pero tu actitud cambia por completo cuando ves de lejos a otro runner acercarse. Y ese sabes que es pro: no solo no se ahoga, sino que lleva la camiseta de la XXXVIII Maratón de Cuspedriños de arriba, una de las veinticinco que lo esperan en la balda de su armario. Hay que mantener el pabellón alto. Tú te has dejado 50 euros en tu camiseta corrige-postura pero él se ha dejado las piernas en la suya y aunque esté patrocinada por la central lechera de nosequé comarca, tiene más valor. Respect. Él es un pro, y tú… eres un fake.

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Llegas al llano y notas un poco de bajada. ¿Ves? No ha ido tan mal. Has sobrevivido, todavía no te has tropezado ni rascado las rodillas como cuando tenías siete años así que no estás haciendo el ridículo. Has oído la voz de Benedict un par de veces y eso es todo un logro. Ahora el aleatorio de tu lista de reproducción (a la cual has dedicado más tiempo que a correr en sí, y lo sabes) te pone un temazo. De esos que hacen que muevas los hombros y que te piden contoneo de caderas… Te ahogas por tratar de tararear el estribillo y el cuerpo intenta seguir el ritmo entre jadeos. Pero no puedes, porque esos movimientos están reñidos con el running, y ahí ya lo sabes, amiga. Cuando en plena sesión desearías más estar con un vodka-redbull en la mano y saltando en una discoteca esa canción en vez de allí, sabes que no estás hecha para ser una runner.

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El caso es que toca el retorno, sabes que te queda poco y no vas a dejar que el cansancio y todos los fluidos que salen disparados de tu cuerpo por todas partes te impidan hacer un final apoteósico (¿el mito de ligar con runners? Solo para los pro, que no sacan fluidos de donde no sabían que podían salir). Este llega con un tema de One Direction o 5 Seconds of Summer, estos grupos que solo escuchas corriendo o en la ducha y los cuales te morirías de vergüenza si el vigésimo tercer runner pro que te cruzas supiera que estás escuchando. Un sprint final, ¡tú sabes que puedes! Saca la adrenalina, has corrido más cuando perdías el bus está mañana, ¡vaga! Llegas al tu línea de meta mental y quieres subirte a un escalón cual Rocky Balboa, que la gente sepa que Benedict te ha cantado 5 kilómetros y ¡solo has tardado 40 minutos! ¡Bravo yo! (Speech mental como si ganas un Oscar redactándose).

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Te sientes tan bien, tan viva cuando entras en la ducha (no sin haber intentado estirar un poco antes) que piensas: ahora a comer sanote, eh. Esto yo puedo hacerlo tres o cuatro veces por semana, ¡anda que no! Y te prometes que vas a coger el queso fresco antes que el de tetilla, el agua antes que la cerveza y que el domingo a primera hora, sin falta, te enfundas de nuevo el pack runner. La realidad en forma de pizza de cena, cervezas con los amigos, tres cocktails de más y la necesidad de una excavadora para levantarte de la cama se te cae encima el domingo. Hoy no, pero mañana vuelvo… fijo. Seguro…