– Yo me levanté esa mañana entusiasmada. Como un chiquillo la mañana de reyes, ¿sabe usted? Me pareció oler a café recién hecho y me imaginé compartiendo un suculento desayuno en la terraza con mi marido. Pero solo me lo pareció…

– ¿Por qué?  Porque mi Manolo los domingos descansa. Bueno… los domingos y lo que no son domingos… Que no estoy diciendo que sea vago, que como dice él es un emprendedor y “a buen emprendedor, pocas palabras bastan”.

Cuidao! Que yo a mí Manolo lo quiero mucho y no me importa tener 3 trabajos, encargarme de la casa, de los niños y del chihuahua porque yo sé que él en el sofá sufre. Mira que hay semanas que lo pasa tan mal, que el pobre no se cambia ni de calzoncillos. Le ha salido hasta un callo en la mano del mando a distancia…

-Pero mi Manolo piensa mucho en mí. Nooo. No. En casa no ayuda, a veces baja la tapa del wáter, me avisa cuando los niños lloran o me escribe en una nota dónde se ha cagado el chihuahua así me facilita a mí el trabajo.

-¿Cuándo? ¿El domingo? El domingo los niños y  el chihuahua se fueron con su abuela, mi madre, porque mi Manolo llevaba meses diciéndome que tenía una sorpresa para San Valentín, y yo tenía ganas ¿sabe usted? De sentirme especial. De que mi Manolo me mimara, de que me hiciera el amor en la mesa de la cocina, en el salón y en la terraza.

¿Qué qué pasó? Pues que mi Manolo no sabe en qué día vive el pobre, así que me propuse ser yo la que hiciera de este San Valentín un día especial y le preparé una cena inolvidable. Y ahí estaba yo, con mi vestido de las bodas, maquillada como una estrella de Hollywood y dispuesta a disfrutar de esos manjares como si no me hubiese pasado toda la tarde cocinándolos. Mi Manolo, que se había cambiado de calzoncillos para la ocasión empezó a comer a dos carrillos. “Que rico” me decía “está casi tan bueno como el que hace mi madre”. Y yo feliz por verle a él feliz me dejé llevar por el momento… Manolo se echó la mano al corazón y con la boca llena empezó a gritar “te quiero” “te quiero” decía una y otra vez a medida que se iba a inflando y poniendo rojo como un tomate “y yo a ti” le decía yo llevada por la pasión.

Cuando vinieron los de la ambulancia me dijeron que lo que mi Manolo decía era “me muero”, pero señor Juez, cómo iba a saber yo, después de 20 años de feliz matrimonio que mi Manolo era alérgico a los cacahuetes.

Goiuri Barriga