¿No os ha pasado nunca que un día os levantáis de la cama y, al miraros en el espejo os veis poco atractivas? ¿Sosas y anticuadas? Posiblemente sea algo tan repentino como que el día anterior estabais más que encantadas con vuestra imagen.

No obstante, el pasado, pasado está, y ese día decidís que es necesario un cambio urgente. ¡Ya! ¡Inmediatamente! ¡Ipso facto! (Pues eso, que se me acaban los sinónimos)

En definitiva, casi sin darte cuenta el matrimonio perfecto que formabais tu pelo y tú, se ha roto, y sin posibilidad de reconciliación.

Lo curioso es que una vez que el tema del cambio de look está decidido, ni siquiera se nos pasa por la imaginación fundirnos la tarjeta de crédito y hacernos con un armario nuevo o un par de zapatos de diseño con bolso a juego. No, qué va. Lo primero en lo que pensamos es en pedir cita en la peluquería y arrasar con nuestro pelo. Porque una cosa está clara, el cambio de look siempre empieza por la cabeza, literal y metafóricamente hablando.

De modo que nos ponemos mano a la obra, o más concretamente, echamos mano a San  Google y comenzamos a buscar posibles modelos que nos sienten bien, y que por supuesto, estén de moda. Nada de cortes a lo Rachel de Friends, que ya están muy vistos. Hay que fijarse en las It girls del momento, y es precisamente en este punto donde nos topamos con el mayor error de los que solemos cometer. Buscar cortes, tintes entre el famoseo. Porque que a la modelo, actriz, celebrity, etc, le quede bien ese pelo  no significa que nos vaya a quedar igual a nosotras. Afrontémoslo, el cincuenta por ciento de ese peinado que te gusta tanto tiene que ver con la persona que lo lleva, que lamentablemente no somos ni seremos nosotras. Aun así, nos olvidamos de la máxima que reza que los experimentos se hacen en casa y con gaseosa y nos lanzamos sobre nuestra melena. Exactamente igual que cuando aceptamos salir a cenar con ese chico que no termina de ser lo que buscas solo para ver cómo acaba la noche.

giphy

Pero centrémonos, cuando llegamos al salón de belleza y la peluquera nos pregunta qué tenemos en mente, nos hacemos las remolonas, sacamos el móvil más rápidamente de lo que sacaba Billy el niño su revólver, y como si acabáramos de hacer la búsqueda, le mostramos, a la persona que va a ser la responsable de una de las cosas más valiosas que tenemos, o sea, nuestro pelo, lo que queremos hacernos en él.

Ella sonríe muy profesional, seguramente acostumbrada a estas cosas, y procede con lo que le hemos pedido, manteniendo una expresión impasible que no nos da ninguna pista sobre cómo está yendo tan delicada operación.

Una vez que lo hemos hecho, ya nos lo hemos cortado, teñido, o lo que sea que hayamos hecho para profanar esa parte tan importante del ego femenino, y esperamos a que nos lo sequen para descubrir en qué ha quedado todo, es cuando nos empiezan las dudas. ¿A que se parece peligrosamente al pánico que sientes al despertarte en una cama que no es la tuya? Y eso que solo habíamos planeado salir a cenar…

En el primer caso nos consolamos diciéndonos que el pelo crece, lo que es cierto, pero ¡joder! Cómo tarda. El segundo caso… Pues eso.

Dicen que las posibilidades son infinitas, no obstante en casos relacionados con el cabello no se aplica. O te gusta o lo odias, una de dos.

Si hay suerte volveremos a sentirnos atractivas de nuevo, al menos hasta que nos  vuelva a dar el bajón. Si no la hay, lo mejor es que nos consolemos con lo que tendríamos que haber hecho desde el principio: fundir la tarjeta y darnos algún capricho que nos alegre el día.

Porque tenemos que asumir que nuestro peinado siempre será nuestra relación más duradera y estable, y por tanto hay que esforzarse por llevarnos bien con él.

Tendremos nuestros altibajos, como con cualquier relación sentimental, a veces nos pondrá de los nervios, como nuestras parejas. Llegaremos incluso a plantearnos cortar con él, ¿os suena? Entonces un día nos hará sentir fabulosas y se lo perdonaremos, hasta que llegue el momento en que sintamos que la relación no funciona, que lo hemos dado todo, pero es imposible. Somos incompatibles por lo que se impone un cambio. Y de nuevo comienza la búsqueda y captura del novio perfecto. ¡Perdón! Del pelo perfecto, que me he liado con tanto símil.

Autor: Olga Salar