Mi silencio es mío, al igual que mis gritos, como lo es mi clavícula y lo son mis pestañas. Mi tiempo también es mío, como lo son mis dedos, mis ojos.
Mis labios también son míos y yo decido si quiero que un viernes cuando anochece se vean más rojos. Mis hombros, mis piernas, son míos y pueden rozarse con el aire cuando me venga en gana. Tampoco es tuyo mi dolor de pies al despertarme algunos domingos. Ni es de nadie el frío que yo tenga, mi frío es mío, y mía es mi sonrisa al sentirme preciosa.
Mírate al espejo.
Y necesito decirlo, mi vida es mía, mis decisiones, mi forma de no agachar jamás la cabeza. Mi miedo es mío y no entiendo por qué debo sentirlo si vuelvo sola a casa pasadas las 12, no quiero sentirme como Cenicienta. Mis golpes son míos y no pienso consentir recibirlos por ser una mujer. Ni que otra los reciba.
Somos nuestras, cada poro de nuestra piel es nuestro, cada decisión que tomamos es nuestra, cada gota de nuestra colonia, cada centímetro de nuestro escote, de nuestras piernas, de nuestra piel. Nuestra valentía es nuestra, nuestra opinión es nuestra, nuestra fuerza. Cada mala palabra que digamos, cada gesto inapropiado, cada polvo que podamos echar. Nuestro y para nosotras.
No vuestro para tocarlo, mirarlo, juzgarlo, comentarlo. No para ti, ni para ningún otro. No para darte derecho a nada.
Nuestra vida es nuestra y lo único que nunca lo será es la culpa. La culpa jamás será nuestra ni de nuestra mirada, nuestra boca, nuestra ropa, nuestras palabras, nuestros actos.
Ya he dicho que mi tiempo es mío y pienso invertirlo bien, al igual que lo es mi silencio y no pienso quedarme callada. Son míos mis gritos, y los de cada una de vosotras son también vuestros, de vez en cuando debemos alzar nuestra voz por quienes han sido calladas.
A mi madre, porque ante todo soy tuya.