Tengo por costumbre basarme en cosas que me pasan o me cuentan para argumentar lo que digo o escribo. A muchos no les gusta, sin embargo yo creo que es la mejor manera de demostrar las cosas: con la realidad.

Hace cosa de una semana, un amigo (llamémosle Pepito, para respetar su anonimato) me contó que otra amiga (llamémosla Pepita) se había emborrachado tanto que un tercer amigo (llamémosle Sr. Asqueroso) se había aprovechado de la situación para enrollarse con ella. Pepito, por lo visto, se enfadó tanto con el descontrol de Pepita y le indignó tanto que se enrollara con Sr. Asqueroso que se terminó yendo a su casa porque se sentía incómodo. Al parecer, al día siguiente Pepita se sentía muy mal porque sabía que no la habían respetado y que, incluso, la habían violado; Pepito, «preocupado» por ella, le dijo que tenía que tener cuidado cuando bebiera, porque emborrachándose así lo único que iba a conseguir es que algún día alguien le hiciera daño. Ahora pregunto yo: ¿De quién es realmente la culpa? ¿De Pepita que, borracha, no pudo defenderse? ¿O de Sr. Asqueroso que, estando totalmente consciente, decidió no respetarla y aprovecharse de ella? O, incluso, ¿será culpa de Pepito que, en vez de ayudarla, decidió mirar hacia otro lado?

Las historias de chicas que sufren abusos por parte de hombres son más frecuentes de lo que nos gustaría. No solo hablamos de todos esos casos que vemos en la tele o los periódicos, ni de todos los casos de chicas que se atreven a denunciarlo en redes sociales; estamos hablando también de todos esos casos de mujeres que sufren abusos que se quedan en el más absoluto y oscuro silencio, por miedo y vergüenza.

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Pero, ¿vergüenza de qué? Pues sonará a locura, pero la mayoría de las veces se deduce que estos abusos son culpa única y exclusivamente de las víctimas. ¿Locura? Sí. O no, según muchos.

Cuando escuchamos historias de chicas que han sufrido algún tipo de abuso sexual estando borrachas, lo más seguro es que alguien suelte ese «bueno, es que deberías tener más cuidado con la bebida». Si denuncian que les han metido mano deducirán que es que llevaban una falda demasiado corta y si les gritan guarradas por la calle es porque, seguramente, iban provocando. Si violan a una mujer lo más típico es que lo primero que se le pregunte a la víctima es cómo iba vestida o si iba sola por la calle, incluso antes de defenderla o intentar ayudarla. En definitiva: según muchos la culpa de todo lo que les pase a las mujeres es de las propias mujeres.

Ahora yo pregunto: ¿De verdad es culpa nuestra, de nuestros escotes o la largura de nuestras faldas, que un hombre nos suelte guarrerías por la calle? ¿De verdad es culpa nuestra, o de nuestra afición por beber, que un hombre decida aprovecharse de nuestra situación para su propio placer? ¿De verdad es culpa nuestra, de las víctimas, sufrir los acosos causados por otros? ¿O, tal vez, es culpa de todos esos hombres que no saben respetar, que se aprovechan de nosotras o que, pudiendo ayudarnos (como Pepito), deciden mirar hacia otro lado?

Sé que parece una locura y que muchos me dirán que los que hacen esto de culpar a las víctimas son auténticos imbéciles con un cerebro del tamaño de un guisante; pero lo peor es que no, que esto es algo que todos hemos hecho en algún momento (incluso yo misma lo hice alguna vez en el pasado, pero está claro que madurar sirve para mucho).

Basta ya de culpar a las mujeres por los actos que realizan otros; ha llegado el momento de ayudar a estas chicas que, como Pepita, sufren abusos contra los que, por desgracia, no siempre pueden luchar. Debemos darle la fuerza necesaria a estas mujeres para que puedan llegarle a plantar cara a su enemigo y no hacerlas sentir culpables o sucias por lo que les han hecho. Y, por supuesto, debemos enseñarle a todas las personas que, como Pepito, culpabilizan a las mujeres que ellas solo son víctimas, nada más.

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