He leído muchísimas barbaridades estos días. Pero muchísimas. Con algunas se me caía la cara de vergüenza, con otras me llevaba las manos a la cabeza con la desinformación que hay y con otras simplemente me ha parecido una falta de educación.

En este artículo me voy a concentrar en una en concreto (aunque cada ‘perla’ que he leído merece su artículo, su análisis y su explicación). Me he hartado a leer argumentos como: “Si muchas veces las mujeres son la más machistas”, con su prima hermana: “Pero si las mujeres entre vosotras sois las más malas”.

No. Eso es lo que se nos ha querido hacer pensar a lo largo de la historia. ¿Le pongo los cuernos a mi mujer? La culpa es de mi amante, no mía. Me sedujo con sus encantos, no pude evitarlo, ella vino a por mí, me tenía atrapado. Es una zorra y una calientapollas.

Como si las mujeres pusieran pistolas en la cabeza o les hechizasen y ellos no pudieran pensar. Como si la culpa de que el infiel esté casado fuera de la amante.

Históricamente hay enfrentamientos entre mujeres en los que se ha demostrado que siempre estaba detrás la mano de un hombre. Pongo ejemplo: Bette Davis y Joan Crawford. Las dos mujeres eran actrices famosísimas y reconocidísimas en el Hollywood dorado de los años 30,40 y 50, aproximadamente. Eran dos mujeres luchando en un mundo de hombres como en aquel entonces era Hollywood (y prácticamente todos los ámbitos), con una edad similar que a medida que envejecían veían que se las despreciaban. Durante muchos años se oyeron rumores sobre su enemistad que más tarde fueron alimentados por la prensa. Por lo que cada vez que intentaban acercarse, trabajar juntas y ser amigas viendo lo que tenían en común, alejándose de todos aquellos que sacaban partido económico de su enemistad, llegaban los productores y directores (todos hombres) y se inventaban discusiones, problemas e insultos entre ambas para decírselo a la prensa y seguir aprovechándose de ellas.

Nunca pudieron ser amigas, aunque lo deseasen, porque nunca las dejaron.

Otro ejemplo que recientemente se ha llevado a la gran pantalla es la rivalidad entre las patinadoras Tonya Harding y Nancy Kerrigan. A pesar de que siempre hubo interés en que se llevasen mal porque eran competidoras, Harding siempre mantuvo que eran amigas, que fueron los de alrededor los que quisieron alejarlas. En esta ocasión hablo de los años 80 y 90. Nancy Kerrigan fue atacada, herida y lesionada durante los entrenamientos de los Juegos Olímpico y como consecuencia toda la culpa fue para Tonya Harding, a la cual acusaron de haber planeado el ataque, porque era su máxima rival. Harding vio como su carrera saltaba por los aires, cuando la realidad era que el ataque fue planeado por su guardaespaldas y su ex marido, el cual también la maltrataba y no tuvo ningún pudor en crear una imagen de ella de monstruo y de destruir su carrera.

Estos son solo dos ejemplos, pero si nos ponemos a pensar hay muchos más. Incluso en el día a día frases como: “Ésta es más guapa que tú”, “tiene más tetas que tú”,  “es más femenina que tú”, “lo que pasa es que tienes envidia”, “ya te gustaría a ti ser como ella” Todo esto provoca que se formen en nosotras inseguridades e inconscientemente nos lleven a competir. Obviamente estos comentarios proceden la mayoría de veces de los hombres. Nos generan inseguridades y nos hacen enemigas, cuando en realidad todos llegamos a este mundo a relacionarnos, a entendernos y a conocernos sin importar nuestro género.

Me he hartado a leer estos días comentarios de “eruditos” y “entendidos” diciendo que no encontraban explicación a esta huelga porque las mujeres somos nuestro peor enemigo, que las que realmente nos hacemos daño somos nosotras. No, esto no es así. Eso es lo que al sector más machista le gusta pensar para despreciarnos y debilitarnos. Pero esto es mentira, tanto hombres como mujeres podemos ser amigos, querernos y comprendernos y por tanto, las mujeres pueden crear lazos de unión tan fuertes como los que se demostraron el 8 de marzo donde todas las ciudades se tiñeron de violeta.

Nosotras no vinimos al mundo a ser enemigas.

Laura Alfaro