Llevaba yo meses dándole vueltas a esto de que tanto ruido por todas partes no puede ser bueno para nadie, pero como yo no soy un adalid de la tolerancia, no me atrevía a decir ni mú, hasta que hoy ha caído en mis manos un artículo que habla de los efectos del silencio sobre el cerebro. Y he pensado yo, “coño, si habla de los efectos del silencio, fijo también que algo del ruido dirá”. Y LA HE CLAVAO.

No me toques los silencios
Mi cerebro ante los ruidacos.


Yo es que no sé si os pasa lo mismo, pero yo estoy hasta el toto de llegar a restaurantes y no oír a mis amigos porque la música está altísima, lo mismo en cafeterías donde ves a los pobres clientes desgañitarse para comunicarse. No os quiero contar lo que es el verano en mi isla. Lo mío ya es una peregrinación en busca de alguna playa donde no hay un DJ dando por culo todo el día. Qué me estás contando de siestas, relax o (llamadme rara) llevarte tus propios cascos por si te da la gana de escuchar tu musiquita. Y si alguien va a decirme que me los lleve igualmente, le contesto que el chundachunda pasa bastante por encima del sonido de mis amadas Norah Jones o Ana Carolina.

En otro orden de sonidos que me dejan los chakras y los tímpanos tós p´allá están los berridos infantiles. Cuando digo “infantiles” quiero decir de mayores de 4 años. Esa frase generalizada de que “los niños gritan” no sé de dónde coño sale. Los niños gritan si no les dices que no griten, OBVIO. Esa imagen de unos padres con claros signos de sordera, que son los únicos que no convulsionan al oír como sus hijos emiten ondas sonoras capaces de reventar la vajilla de mis dos abuelas…

Y de aquellos barros, estos lodos. Aquellos infantes a los que nadie avisó de que bajaran los decibelios, de adultos la lían parda allá dónde van. Me remito a la típica escena de restaurante donde solo se oye a uno, cuyos gritos no te dejan prestar atención al que tienes al lado. ¿A que sabéis a qué me refiero?

Vale, y ahora es cuando me decís que soy unas tiquismiquis y, en respuesta, yo me saco del bolsillo dos argumentos científicos (porque nada me gusta más que tener razón y que me la dé la ciencia):

1. Relacionado el tema silenciator, la soledad. Igual que amo el silencio, amo estar más sola que la one. Un motivo más para pensar que soy rara de cojones. Hasta que otro artículo me iluminó. Resulta que la soledad “es básica para la creatividad, la innovación y el buen liderazgo” . AHÍ ES NÁ.

2. El ruido nos jode el cebrebro, me remito a los estudios según los cuales «vivir cerca de una zona de alto ruido, como un aeropuerto o una carretera, se correlaciona con efectos nocivos como una alta presión arterial insomnio, enfermedades del corazón y tinnitus», «el silencio  se correlaciona con menores riesgos de problemas cardiovasculares» y «los ratones expuestos a 2 horas de silencio total empezaron a desarrollar nuevas neuronas».

Así pues, mundo ruidoso y cruel, seguiré durmiendo y trabajando con tapones en los oídos, quejándome en los restaurantes en los que no puedo oír a mis contertulios y huyendo de los chundaschundas siempre que no me apetezca un bailoteo salvaje. Y a partir de ahora ignoraré (aún más) a los que me llaman delicadita y me dedicaré a crear nuevas neuronas como loca y en silencio, que falta me hace.

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