– Hola, me llamo Lucía y lo paso mal de compras.
– ¡¡¡Hola Lucía!!!

A ver, que me explique. En realidad me gusta comprar, sólo que soy una inadaptada. Y claro, de vez en cuando no toca más remedio porque te pones a pensar con qué modelito vas a salir de fiesta y aunque te hayas probado 6 vestidos, 5 faldas y 4 pantalones, sientes que tienes menos ropa que un dibujo animado.

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Para empezar, las épocas de rebajas. ¿Quién necesita comprarse unos guantes rebajados en verano? Quizás si vives en Siberia y construyes iglús… ¿Y qué decir de las de navidad? Después de que has engordado 3 kilos por comerte los polvores, los tres reyes magos y la virgen María. Si los súpers se empeñan en vender turrón y mazapán desde octubre, que las tiendas de ropa sean coherentes y hagan hasta la talla XXXXXL (Lucía, no culpes a diciembre, llevas gorda 6 años).

Los primeros días es horrible. En las de enero además hace frío y va la gente súper abrigada. Entre que está lleno, las señoras pegando codazos, niños corriendo y las dependientas al borde del drama, no sabes si estás en una tienda de ropa, una rave o en las cámaras de gas de Auschwitz. Así que cuando voy yo, suele quedar poco rebajado. Las opciones son comprar algún conjunto talla 36 para que tu Barbie vista de otra temporada o zapatos del 45 para las hermanas bigfoot.

Otro drama es que ¿cómo no? La ropa que me gusta es siempre la de nueva temporada. A veces ni la miro y voy directa a los carteles de %, pero siempre hay alguna hija de una hiena que mezcla la ropa de nueva colección con la de rebajas para hacernos falsas ilusiones. Tías, esto es jugar muy sucio… no sé cómo luego sois capaces de dormir.

Por otro lado cuando vas de compras luchas constantemente contra las expectativas. Ves en el escaparate un vestido largo azul primaveral hasta los pies y crees que lo necesitas en tu vida para ir a recoger flores, hacer picnics, ir en bicicleta por Roma o mil cosas más que nunca haces, pero el vestido te está llamando. La realidad es que el maniquí mide 2,23 metros y a ti te va a quedar como el culo de un mono babuino.

Yo además tengo un problema con las lentejuelas. Cuando quiero hacer algo arriesgado y sentir adrenalina, salgo a la calle con ropa de lentejuelas sin ser fin de año, pero es una ropa traicionera, porque te ciega el brillo. Cuántas veces haber visto un vestido precioso, ponérmelo y necesitar llamar a los bomberos para poder sacarlo. Se te ha enroscado la cremallera en un michelín, no puedes doblar los brazos y haces unos ruidos que la gente que está fuera del probador creen que estás follando cuando en realidad te estás asfixiando con el vestido. Pero lo peor no ha llegado todavía. Lo peor es cuando te liberas del vestido y te miras al espejo, despeinada, sudando, con el vestido manchado de maquillaje y piensas «qué asco doy». Como cuando ves tu cara reflejada en la pantalla al acabarse la peli.

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También hay épocas en que no sabes por qué toda la ropa es tan rara. Creo que en determinados meses del año los diseñadores le deben dar fuerte a las drogas, porque tienes en la mano tantos vestidos de flores que no sabes si estás en el probador de Zara o en el prostíbulo de una geisha. Definitivamente el entretiempo ha hecho más daño a la moda que Agatha Ruiz de la Prada.

Luego está el tema de los probadores. Que cada vez son más amplios y están mejor equipados. ¿Pero cómo puede ser que en H&M me viera como una princesa en el espejo y en C&A parezca un cocodrilo? ¡Poneros de acuerdo con las luces! Que entre la iluminación, que no quedan tallas y que te has probado tanta ropa decepcionante, al final no te gusta ni la que llevabas de casa.

Total que sales de la tienda sin ropa y directa a comprarte unas patatillas para el disgusto.

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@LuciaLodermann
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