Hay días que te levantas de buen humor. Que te sientes guapa con la primera cosa que pillas, que no necesitas más maquillaje que tu barra de labios favorita. Bien, hoy no es uno de esos días. Tampoco es, gracias al cielo, uno de esos días horribles, donde las cosas van tan mal que solo quieres meterte debajo la manta y desaparecer.

Hoy es un día normal. En los que no me encuentro ni guapa ni fea. Cuando trabajo, soy práctica y me gusta la comodidad, una que es vagoneta. ¿Para qué pensar si me puedo poner lo que sea debajo del abrigo? Hay días que saldría hasta en pijama a sacar el perro…

Ah…

Pero ha salido el sol.

Y cuando el sol sale en el invierno, amigos, hay que aprovecharlo.

Así que, cambiado el abrigo por un simple jersey, salgo yo tan contenta. Tengo un palleiriño que en vez de andar va a saltitos, que siempre está feliz y que se dedica a pedir mimos a cada persona que se cruza. Transmite optimismo hasta con sus bolsas de leopardo rosa.

He de aclararos algo. Aquí los norteños somos gentes de agua. Que sí, que protestamos, pero nos gusta el agua. Cuando llueve, nos enfadamos, “¡así no hay quién salga a la calle!”, ansiamos sol.  Pero cuando no lo hace… ay, miñas parrulas, cuando no llueve lloramos. Así que cuando sale el sol y hace calor, perdemos la cabeza. Dejamos chubasqueros y paraguas y corremos a disfrutar la tregua sabiendo que mañana lloverá otra vez.

Y en eso estoy yo, disfrutando mi dosis de radiación anual, cuando sucede.  Aquí mi amigo tiene el talento de interrumpir situaciones de la peor manera posible: cagando. Y en eso está él, tan tranquilo, ajeno a la preocupación que me acarrean sus deposiciones, en medio de la carretera, preludio del desastre. Y aquí estoy yo, con media cara alzada al cielo, rezando no oír el motor de un coche y con una mano metida en la bolsita de leopardo.

YO TAL CUAL
YO TAL CUAL

Una postal. El sumun de lo cool. Una escena que desprende elegancia la mires por donde la mires. Digna de un videoclip de Taylor Swift. O puede que más que elegancia, sea sensualidad, y sea yo la próxima Johansson. Quién sabe.

Y con mi perro esperando a que termine de ser una buena ciudadana y mientras intentó hacer un nudo en la bolsa en deferencia con el gremio de barrenderos de mi ciudad, ella viene. Debía de haberla visto antes, pero no lo hice. ¿Cómo pude no hacerlo? Lo ignoro.

Camina rápido, son las 9, tal vez llegue tarde… Y aun así me mira. Y me ve. No soy invisible. Desvía su camino, cruza la carretera y se encamina hacia mí. Yo, con gestos torpes, intentando no mancharme. Viene a salvarme. Un gesto noble. Ah… la solidaridad se ha perdido…

¿Necesito ayuda con mi perro? Probablemente.

¿Necesito ayuda con la caca? Tal vez.

Así que, ¿qué planea hacer por mí la noble dama? Con gran pomposidad y no menos violencia, abre su cartera y extrae su tarjeta…

Toma – me dice tendiéndomela. ¿Habré ligado?, me pregunto curiosa. Hace mucho que no ligas, Chew. ¡Atenta!  Hago repaso de todas las profesiones que necesiten tarjeta: médico, abogados, arquitectos… profesionales de éxito.

Por si alguna vez te animas a que te ayude – dice antes de volver a hundirse en su capucha y desaparecer retomando su camino.

Mi perro sigue esperando, observando como sujeto la correa con dos dedos, la tarjeta en los otros dos e intento hacer un nudo en la bolsa con la otra mano. Empieza a oler.

“Evaluación corporal parámetros biométricos”

Mi cerebro de correctora salta. Esa frase suena rara, posible agramaticalidad. Ahí falta algún nexo. ¿Bajo? ¿Según? ¿Con? Pero el mensaje queda claro.  Por si no lo hiciese, le acompañan otras frases que lo aclaran.  Es una de esas distribuidoras de una de esas empresas de nutrición tan en boga ahora. Esas que predican el logro del bienestar mediante batidos e ilustran sus reportajes con dudosas fotos del antes y el después.

giphy

Lo que en un principio parecía una situación de película (ahí yo, resplandeciente,  sin maquillar, sin combinar, recogiendo caca y esperando mi galán) se ha convertido en una situación publicitaria. Que hablen mal de mí, pero que hablen, dice el refranero. Y tiene razón.

No dudo que la chica estaría empezando como comercial y deseosa de conseguir clientes.  Tampoco que yo me veía débil y presta a un rescate. En su inexistente preparación médica mi obesidad le pareció el campo de batalla perfecto. Quizás eso fue lo que la animó. Vio mi  enorme problema y decidió ofrecerme su ayuda desinteresadamente. Ella era una coach fantástica. Probablemente fue eso.

Nada, Chew. Pa’casa.

En fin, otra historia de amor no correspondida.

Autor: Chew