Amiga, las dos sabemos que el espejo que tienes colgado en el baño no es el de Blancanieves. Que el muy desgraciado te enseña una imagen que no es la que tú tienes de ti misma; bueno, excepto el día que has querido bordar la noche y te has pasado tres pueblos con el vodka, esa mañana un pelín perjudicada si estás. De todas formas, ni el espejito te va arrancar la juventud de espíritu cuando vayas dando tumbos con el caminador en la residencia de ancianos.

Para compensar, ahora vas oyendo a tíos diciendo “las madres están más buenas que las hijas”; eso sí que es un subidón si has cruzado la frontera de los 40. Pero, no podemos bajar la guardia, eso es solo un espejismo: la vida cruel te pone entre la espada y la pared día sí, día también.

Un día te cruza por el camino a un puñetero niño que te para en la calle y te suelta a destajo un: “señora, ¿qué hora tiene?”. ¡Perdona! ¿Señora quién? ¡Anda niño, pasa!

Luego están los hijos. Crueles como ellos solos. Cada uno equivale a diez Gremlins buceando en un pozo (el pozo lleno de agua, claro está). Estos se encargan diariamente de sacarte el 80% de tu energía media hora después de haberte levantado de la cama. No hace falta ni que vayas a terapia, ni que te gastes la pasta en yoga, puedes afrontar la primera batalla campal del día gritando al alba: “mecagoenloscalcetines”; todo el mundo sabe que los calcetines nunca estarán emparejados aunque jures que los has metido juntitos en la lavadora y que gritar, desahoga.

Y, luego están los imprevistos. Esos que ni se te pasan por la cabeza. De repente, te has olvidado que es septiembre; ese mes mágico en el que todo empieza: los fascículos que te llevan al emocionante mundo de la colección de botones de colores, de la alegría desmesurada diciéndote a ti misma “mañana es el primer día del resto de mi vida, mañana empiezo a correr, mañana empiezo una vida sana comiendo cinco piezas de fruta diarias y cenando a las 7”, (cenar a las 7… he visto películas de ciencia ficción más realistas que eso), mañana voy a salir sonriendo de casa… En fin, todas esas cosas que aparecen los putos libros de autoayuda y de los que la conclusión que sacamos es que: el mañana se acaba ese mismo día y punto.

Ese es septiembre. El mes en el que, de forma imprevista, aparece una figura enigmática en la farmacia de tu barrio. La figura puede ser un cartel colgado en la puerta: “adelgaza comiendo”. What? O puede ser una tipa con la que nunca te habías encontrado, que no había existido hasta hoy y que, pillándote al vuelo, pregunta:

  • Hola, ¿me regalas un minuto? ¿Te hago un análisis del pelo?

Y a la velocidad del Correcaminos pisándole el culo al Coyote, te pasan por la cabeza cincuenta preguntas: “¿y esta tía quién es? ¿qué dice de mi pelo? Pero qué me estás contando. Soy joven”. Esas son las décimas de segundo que la jodida necesita para arrancarte uno de cuajo y sentenciarte:

  • Uy… qué pelo tan fino, seguro que has tenido mucho pelo de joven, muy finito eso sí, pero has tenido mucho pelo. Pero es que, hija… los tintes, que malos son los tintes. Ay… me parece que te has quemado el cuero cabelludo en verano. Es que tenéis que poneros gorro, o pañuelo o algo. Uf… ahora que me fijo, si es que tienes “entradas”… Este problema de las mujeres está entre la coronilla y el flequillo. ¿Tú cambias de peinado de vez en cuando? Es que lo disimulas por el flequillo este que llevas pero tienes que cambiar de peinado. ¿Te pones mascarillas una vez a la semana? Es que no os cuidáis el pelo y luego pasa lo que pasa. Y, ¿comes bien? Porque claro, con las dietas hay que tomar vitaminas.

Tu cara es un poema y no de Lorca precisamente. ¿Qué dice esta tía de mi melena?

Estás desconcertada: ¿qué coño es esto? Por favor, ¡nadie habla de tu pelo! Tu pelo, sencillamente, no existe, como no existía ella hasta este maldito momento. Y cuando estabas intentando sacar alguna palabreja de tu boca, te suelta “la pregunta”:

  • Porque… ¿tus hormonas “aún” están bien? No estarás en…

En ese momento, tu cara pasa a estar como un semáforo averiado que va cambiando de colores sin orden ni concierto; la poca lucidez que te queda solo te da para gritarte a ti misma: “¡cómo te diga menopausia, le pegas una hostia!”. Y, entonces… te suelta “la palabra”:

  • Porque sabes que la “alopecia” se trata con láser, ¿verdad?

¿PERDONA? ¿CALVA? ¿ME LO ESTÁS DICIENDO A MI?

No sabes si soltarle la hostia y montar el pollo en la farmacia o tirarte al suelo a llorar. En ese momento confusión en el que parece que te sobrevuelas a ti misma como en una película de terror espiritista, en la que te pareces a la niña del Exorcista balbuceando e intentando responder algo a semejante desgraciada, te ves con una tarjeta en la mano: día y hora de la consulta en una clínica Médico Capilar y una caja de vitaminas en la otra, 25 euracos.

Tu espíritu vuelve a ti y sales dignamente de la farmacia. No pasa nada… Tienes toda la tarde para hundirte en la miseria, pensar en volver y darle la hostia o ir religiosamente a la cita.

Autor: Neus Martínez