El tío con el que quedé tres veces ya no me contesta los whatsapps, tengo una lista de cosas que hacer cada vez más larga que se me olvida cada vez que entro en Youtube, y todavía estoy intentando entender por qué añadir guacamole a los doritos no es llevar una dieta equilibrada. Y en medio de toda esta confusión vital, cuando empiezo a pensar que mi existencia es más triste que la de Leticia Sabater después de los 90, hay una frase que me repito como un mantra y que siempre me ayuda a relativizar las cosas y a volver a mi centro: «Bea, al menos no eres la protagonista de una película de terror.»

A ver cómo empiezo a explicar esto. La vida de los protagonistas de una película de terror es un drama continuo. Es tan drama siempre que en comparación el resto de nuestras vidas parecen un anuncio de Campofrío. Así que, si como yo, tú tampoco sabes como salir del círculo vicioso de dramas primermundistas que te has montado y lo que más te apetece es seguir revolcándote en el decadente pozo de la autocompasión, voy a darte unas cuantas razones por las que deberías dejar de hacerlo y empezar a apreciar tu vida de millenial en plena crisis del cuarto de vida:

1. Nadie podrá asesinarte en el piso de arriba… Porque no puedes permitirte tener uno. Todos tenemos en la cabeza la imagen de la típica chica rubia de ojos azules subiendo muy lentamente unas escaleras que chirrían para averiguar de dónde proviene el ruido que ha escuchado. Esto, por supuesto, lo hace sola, a oscuras y gritando durante toda la expedición «¿HAY ALGUIEN AHÍ?». Esta escena podría servirnos para reflexionar sobre la estupidez humana, pero creo que hay un mensaje mucho más claro: Nadie va a matarte en tu piso compartido de sesenta metros cuadrados. Aparte de no ser nada cinematográfico que el asesino corra detrás de ti tropezando con las botellas de alcohol vacías de la fiesta que tu compañera de piso montó la noche anterior, con el sueldo de becaria que cobras al mes no puedes permitirte tener un piso de arriba en el que terminar asesinada porque decidiste huir escaleras arriba en lugar de coger la puerta y pirarte de ahí como una persona normal. Y deberías estar muy agradecida de que así sea.

Tampoco podría permitirme un piano, pero si fuera la prota de una película de terror seguro que conseguiría aterrorizar al asesino lanzándole mis facturas de la luz. O mi diario.

2. El chico de tus sueños no va a conseguir que os maten mientras os liáis en el granero. Puede que el tío que me guste no sepa ni que existo, pero por lo menos así nunca tendré que oír la frase «Tranquila, habrá sido el viento.» mientras nos estemos liando en el granero y se oiga un ruido de fondo que podría haber sido cualquier cosa menos el viento. O sea, entiendo perfectamente lo que es estar desesperado  porque me lo han contado, pero, joder, organiza tus prioridades. Primero sobrevivir, luego pinchar. Y si de verdad el chico piensa que ha sido el viento y no un asesino en serie que quiere mataros por el motivo más absurdo del mundo, ese chico no es el adecuado para ti y es mejor que lo sepas ya.

Y tampoco es que puedas permitirte un granero. A ver…

3. Tus padres, en comparación, son los mejores padres del mundo.  Mira, yo entiendo eso de que los hijos no vienen con un manual de instrucciones y que la adolescencia es una época complicada, pero en serio, los padres en las películas de terror son tan incompetentes que a su lado los de Kevin en «Solo en casa» son los padres del año. O sea, da igual que tu hijo sea el expediente perfecto. Tampoco importa que nunca te haya dado ningún problema hasta el momento. Si tu hijo llega a casa visiblemente perturbado, sudando y pálido, y te confiesa que un asesino en serie está intentando cargárselo, un verdadero padre de película de terror lo que haría es  echarle automáticamente la culpa a las drogas, a las malas compañías o a que estás en plena edad del pavo.

Y esto lo saben tan bien porque ellos están pasando por lo mismo. Sí, los padres de las películas de terror se encuentran en plena segunda adolescencia, por lo que pasarán toda la película negando toda prueba evidente de que pasa algo raro, haciendo chistes incómodos que harán a su hijo replantearse si es mejor dejarse matar de una vez y acabar con su sufrimiento e ignorando a éste por completo mientras intentan reavivar la chispa de su relación.

Esta actitud completamente delirante durará toda la película, o al menos hasta que se carguen a su hijo y dejen de aparecer. Y, aún así, estoy segura de que si un día mientras el padre lee el periódico y sorbe el café del desayuno, la madre abre la nevera y se encuentra a su hijo dentro, lo máximo que saldrá de su boca será un: «Hijo, a ver si te das una ducha ya, que estás empezando a oler a muerto.»

La adolescencia es una época complicada, sin duda. Mamá, papá, sois los mejores.

4. Nadie querrá matarte por algo que pasó en verano porque lo más indignante que hiciste fue ver Netflix hasta las cuatro de la mañana. En serio, si alguien me estuviese espiando para después usar esa información en mi contra rollo «Sé lo que hicisteis el último verano» probablemente se cansaría de hacerlo en el octavo capítulo consecutivo de Girls que viese esa noche. Y, es más, voy a hacer una confesión importante ahora para ahorrarme posibles futuras extorsiones: he hecho una lista de reproducción con todas las temporadas de Padres Forzosos. Y si el asesino está espiándome por la ventana de mi piso compartido cuando empiece mi maratón el domingo que viene, probablemente sea ese el preciso momento en que me perdone la vida, porque seamos realistas, por muy perturbado y sediento de sangre que estés, el tío Jesse es el tío Jesse.

Me declaro culpable.

Y sí, sé que a veces la veintena puede parecer una película de terror en sí misma. Sé que hay días en que un «Tú serás la siguiente» escrito con letras sangrientas en la pared del garaje ni se compara con un «La empresa ha descartado tu curriculum del proceso de selección» al abrir LinkedIn. Pero, oye, aguanta. Ni el  villano más temible de todos es invencible y todas las películas de terror tienen su final.