Me encanta dormir, y duermo siempre que puedo. Si un día saco tiempo después de comer no dudo ni un momento en aprovecharlo para dormir una siestecilla antes que cualquier otra cosa. Además soy superestricta con mis horarios de sueño, porque sé de buena tinta que si no descanso bien por las noches (yo duermo mis ocho horitas diarias como está mandado, o siete como mínimo en ocasiones especiales) luego al día siguiente no valgo ni para estar sentada. Y a toda esa gente que dice que dormir solo es perder tiempo de vivir le quiero yo decir que la vida está para disfrutarla, y cada uno la disfruta como quiere. En mi caso, yo la disfruto durmiendo.

De este modo, podréis comprenderme cuando os diga lo siguiente: lo peor que me puede pasar a mí en esta vida es sufrir una noche de insomnio. Por suerte no me suele pasar muy a menudo, no padezco de insomnio como alguna de mis compañeras, pero cuando a mi cerebro le da por decidir que no necesita descansar una noche, mi vida se desmorona y me vuelvo la persona más desdichada del mundo.

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Para empezar, pasarme una noche en vela me pone bastante triste. No me parece algo tan loco. Si dormir me hace disfrutar a tope, que me priven de algo que me encanta, evidentemente, me entristece. Cuando me meto en la cama y veo que no me entra el sueño de ninguna manera, la primera reacción inconsciente que me sale es preocuparme: «ay Dios mío que no me duermo, pero por qué no me duermo, pero tendré que dormir, como no duerma verás mañana». Por suerte (para mí) soy una chica lista y sé que estos bucles infinitos no llevan a ningún sitio, así que aprovecho este «tiempo libre» que mi cabecita ha tenido a bien concederme para distraerme haciendo algo que me guste: me pongo una peli, una serie, leo un libro, me toco un poco el chichi…

Lo malo es que pasado el tiempo, no pasa NADA. Todos tus intentos por relajarte, por distraerte, por decirle a tu cuerpo «ya va siendo hora de quedarse roquefor, ¿no te parece?» no han servido de nada. Segundo descenso a la tristeza. Este descenso es un poco más largo que el anterior. En este ya se mezclan la impotencia ante el insomnio, con el cansancio, la desesperación, y la frustración, y como la frustración llama a la frustración, lo normal es que se te empiecen a pasar por la cabeza justo ahora todos aquellos momentos en los que la cagaste a tope a lo largo de tu vida. ¿Qué me decís de ese instante en la cama cuando estás pensando en cualquier cosa y de repente se clava en tu mente esa imagen de cuando te caíste delante de toda la clase yendo hacia la pizarra, cuando estornudaste muy fuerte en la biblioteca, o cuando te trabaste al contestar a un gilipollas e hiciste el ridículo más grande de tu existencia?

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Has despertado a tu alma para siempre. Ahora ya no vas a dormir NI EN TUS MEJORES SUEÑOS.

Es realmente difícil salir de esta fase de «joder, por qué he sido tan la mierda en el pasado» pero creedme cuando os digo que la clave es volver a frenar a tu cerebro y, por supuesto, volver a distraerlo. Lo malo es que ahora te sientes tan despierta que permanecer en la cama mirando una pantalla se te presenta de lo más aburrido, necesitas algo más fuerte, así que… ¿por qué no echar una miradita a tus redes sociales a las tres de la mañana? ¿Qué podría pasarte?

Lo mejor que podría pasar es que pienses «joder, aquí no hay nadie» y decidas volver a intentar dormir. Lo peor es que veas a un chico que te gusta y empieces a hacer (nuevamente) el ridículo intentando llamar su atención. Lo peor de lo peor es cuando ves al chico que te gusta llamando la atención de otra persona. Estás cansada pero emocionalmente muy activa: comienzan las lágrimas.

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Ya no importa el ridículo que hiciste en el pasado, ahora solo puedes pensar en lo ridículo que es tu presente. Nadie te quiere, no vales nada, estás intentando llamar la atención de alguien que pasa de ti, tu vida es una mierda, no eres feliz, vives en un piso de estudiantes, no tienes amigos, no tienes trabajo, tus proyectos no van a llegar a ningún sitio, no tienes ganas de vivir. Da igual lo maravillosa que sea tu vida cada mañana. Cuando son las 4 a.m. y sigues despierta, tu vida es lo peor que podría haberte pasado jamás. Todo se vuelve negro y nada tiene sentido. Pero tranquila, amiga, que todavía no ha llegado EL ATAQUITO.

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El ataquito llega cuando, una vez superado tu pasado y tu presente, comienzas a pensar en el futuro. Puedes comenzar con el futuro más próximo: joder, no he acabado el trabajo para la universidad; joder, se me ha olvidado pagar una cuota y mañana es el último día; joder, pasado mañana tengo un examen y aún ni lo he mirado; joder, este finde voy a casa de mis padres y no me apetece nada. O te vas directamente al futuro más incierto: joder, nunca me voy a casar; joder, se me está pasando el arroz; joder, nunca me van a ascender a mí porque mi jefe es un cabrón; joder, no voy a poder ahorrar para irme de vacaciones… Y tanto joder, joder, joder, acaba una histérica, totalmente en pánico, a las cinco de la madrugada en su cama, y lo de dormir ya, se acabó. Porque está claro que si tu vida es una mierda lo mejor que puedes hacer es ponerte a solucionarla AHORA MISMO bajo estas circunstancias ideales.

¿Pero por qué se nos va así la pinza, precisamente, durante esa noche en la que podemos dormir? ¿Por qué todos los remordimientos nos llegan a las tres de la mañana? ¿Por qué aprovechamos la noche en que no nos dormimos para pensar en lo peor, y no en lo mejor? Vosotros no sé cómo salís a flote en estas circunstancias. Yo suelo tener una fórmula secreta que me funciona a la perfección: cuando no puedo dormir me pongo un Cuarto Milenio o un Milenio 3… y más tarde o más temprano termino cayendo.