Nunca me ha gustado el sabor del alcohol y, en general, prefiero no beber. Cuando confieso esto a alguien no lo hago porque me sienta superior moralmente por ello o porque quiera llamar la atención. Siempre he tenido claro que el alcohol era solo una opción más entre las muchas que hay a la hora de salir de fiesta. Además, siendo siete billones de personas en el mundo, cada una de su padre y de su madre, es ilógico pensar que todas y cada una de ellas tienen como denominador común la cerveza o el gin tonic.

La cosa es que yo, muy inocente de la vida, estaba convencida de que esta decisión era una completamente normal y aceptada socialmente. Pero igual que pensaba eso, también fui la última de la clase en enterarse de lo de los Reyes Magos y Papá Noel.

No, ser abstemio todavía no es una realidad totalmente aceptada, y como yo además de muy ingenua soy una friki de la psicología, he decidido recurrir a las fases del duelo psicológico para explicar las etapas por las que pasan algunas personas antes de aceptar la cruda realidad: que lo único que me vas a ver mezclando esta noche es la pizza con los nachos.

 

 

Fase 1: NEGACIÓN

“Negarse a sí mismo o al entorno que ha ocurrido el suceso doloroso.”

Es un viernes o sábado por la noche como cualquier otro. Bueno, o domingo, o martes, o jueves… Porque todavía no llevo muy bien lo de aceptar que ya no soy una universitaria y que ahora tengo un trabajo real al que acudir al día siguiente; pero eso es otro tema. La cosa es que llego a un bar con mis amigos, me acerco a la barra y me pido una coca cola. Lo hago en voz baja, como si fuera tabú, pero no lo suficiente como para que el chico de la barra que está a mi lado lo oiga. Entonces me mira y yo empiezo una cuenta atrás mental que termina al mismo tiempo que él pronuncia la famosa pregunta que tantas veces me han hecho (casi más que la de “¿no vas a la playa?” cuando ven en verano que mi color de piel podría competir con el de Edward Cullen): “¿No bebes?”.  Y a mí me entra la risa nerviosa porque en ese momento sé que este chico acaba de entrar en la primera fase del largo duelo.

“¿Pero no bebes nada de nada?”  Yo vuelvo a negar con la cabeza. “¡No me lo creo!  Algo beberás.”  “Vale, primera fase: negación.”  Pienso yo y me encojo de hombros mientras le sonrío intentando mostrar seguridad, porque soy consciente de que en esta fase del duelo el pobre ya se habrá creado sus hipótesis en la cabeza sobre un posible pasado alcohólico mío que me apartó de la bebida para siempre o mi pertenencia a una secta religiosa muy estricta en la que se me prohíbe beber y un millón de cosas más. Aquí también tienen cabida suposiciones como que tengo una enfermedad crónica que me impide consumir alcohol, que mi padre fue alcohólico o que le doy a drogas más duras. Porque en esta fase cualquier teoría es válida si consigue justificar lo injustificable: ser abstemio por decisión propia.

Fase 2: NEGOCIACIÓN

“Negociar con el entorno  o consigo mismo. Buscar una solución a lo ocurrido a pesar de conocer la imposibilidad de que esto suceda.”

El tío de la barra da un sorbo de su copa y me mira con ojos condescendientes, como si de repente yo fuera Sandy en “Grease” y él Dany Zuko, a punto de enseñarme lo que es vivir de verdad.

 

 

“Pero eso es porque todavía no has encontrado la bebida que te gusta. Toma, prueba de la mía…”  Y en ese momento lo que me gustaría contestarle es: “A ver, tengo 23 años y la realidad actual es que más o menos a partir de los 14 el plan de fin de semana por excelencia pasa a ser el botellón en un parking de una discoteca. Si contamos con que yo he vivido toda mi vida en un pueblo, quítale un par de años a esa media, que la señal del Pokemon Go llega justita, pero para todo lo demás vamos adelantadísimos. A lo que voy es que he tenido aproximadamente diez años para probar diferentes tipos de alcohol, así que, por favor, acepta de una vez que si no bebo es por decisión propia, y vamos a pasar ya a la siguiente fase.”

Pero como ya he dado esa explicación muchas veces y no me apetece justificar más una elección que debería ser respetada y punto, ese discurso me lo doy a mi misma y a él le digo que voy un momento al baño.

Fase 3: RABIA

“Estado de descontento por no poder evitar lo que sucede. Se buscan razones causales y culpabilidad.”

De camino al baño me encuentro con mi mejor amiga. Me dice que va a la barra a pedirse otra y que si me apunto. A mí no me sorprende, porque esto suele pasar bastante. Tu amiga sabe que no bebes, sí, pero igualmente lo intenta de vez en cuando para ver si cuela.  Yo me lo tomo a risa porque la mayoría de veces se queda en eso, en un intento fallido, pero hay otras que no. En el peor de los casos, y por suerte cada vez con menos frecuencia, tú amiga se sumerge de cabeza en la fase 3: la rabia.

“Joder, tía. ¿No vas a beber nada? Es que no voy a beber yo sola… Para eso no salimos.”

Esta fase me frustra mucho porque nunca la he llegado a pillar del todo. Sí, entiendo que si yo fuera la típica amiga que  se sienta en una esquina del local y compite directamente por el título de reina de la fiesta con el ficus medio muerto de la entrada, puedas sentirte muy incómoda y pensar que necesito beber para que las dos estemos a lo mismo. Pero no estoy haciendo eso en absoluto. Estoy bailando y haciendo el imbécil a tu lado sin que me importe nada más; Esperando contigo para entrar al baño y sujetarnos mutuamente la puerta mientras meamos (señal definitiva de que la amistad es sincera); Cantando a todo pulmón esa canción que por mucho que digan, nosotras sabemos que sigue siendo un temazo y haciendo todas las cosas que se hacen cuando se sale de fiesta. La única diferencia  real es que lo que yo llevo en mi vaso de tubo es solamente gas. Y eso, como ya te he demostrado, no tiene por qué influir en nuestros planes.

Fase 4;ACEPTACIÓN

“Se asume que el suceso es inevitable. El punto de vista cambia.”

El tío de la barra al que he acompañado durante todo el proceso de duelo decide finalmente que soy una especie de unicornio milenario por no beber alcohol. Una estrella de esas que pasa por el cielo solamente una vez cada cien años, un ser puro que no ha sido corrompido por la sociedad, una Zooey Deschannel de la vida con un interior complicado y que roza lo psicótico, pero mágica y encantadora a la vez. Por eso  me pide el teléfono y me dice que soy diferente a las demás, aunque yo me haya esforzado durante toda la conversación en hacer chistes estúpidos para mantener las expectativas que tiene sobre mí bajas. Pero no ha sido culpa mía que mis intentos no funcionasen, la realidad es que este pobre chico nunca llega a salir del todo de la fase de negación.

La que sí sale es mi mejor amiga, que me abraza y me pide perdón por haberse enfadado conmigo antes, y yo le demuestro que no hay rencores cuando le impido que mande un whatsapp más a su ex, con el que de repente también le han entrado ganas de reconciliarse.

 

Ahora en serio, desde la aparición del macramé quedó claro que el concepto de diversión es algo completamente subjetivo, por lo que no tiene sentido juzgar a alguien solo porque no comparte el mismo concepto que tienes tú. E igual que hay mil formas de entender la diversión también las hay de vivir, por lo que: si bebes está bien y si no bebes también está bien. Igual que si decides tener diez hijos o no tener ninguno; casarte por la iglesia, casarte por lo civil o no casarte, están bien las tres; viajar alrededor del mundo sin rumbo fijo o quedarte a vivir en tu ciudad natal y formar una familia; comer tres piezas de fruta al día o no saber ni en qué zona del súper la colocan; estar tres horas delante del espejo arreglándote o salir de casa con lo primero que pillas.  Está bien. Todo. La única forma de vivir que cuenta es la que te hace feliz a ti.