Admitámoslo, los smartphones se han convertido en una prolongación de nuestros propios cuerpos. Sí, al más puro estilo Black Mirror la tecnología va ganando terreno en nuestro día a día, cambiando nuestra forma de comunicarnos e incluyendo nuevos #firtsworldproblems en nuestras privilegiadas vidas.

Ahí van una serie de putaditas (dramas, miedos, chámalle equis) que las personas enganchadas al smartphone «sufrimos» diariamente:

Estar metida en la cama o tirada en sofá viendo las últimas actualizaciones de Instagram o lo que sea antes de quedarte dormida. Que se te caiga el aparato del demonio en toda la fucking cara. Sentirte gilipollas y no saber si reír o llorar. Dar gracias porque no te ha visto nadie.

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Meter la mano en el bolso (hasta arriba de cosas que no sabes muy bien de dónde han salido) buscando tu querido móvil para mandar un WhatsApp o lo que sea y no encontrarlo. Taquicardia y llantos incipientes. Vaciar el bolso y darte cuenta de que está en el bolsillo donde lo guardas siempre. Respirar tranquila.

Da igual el cuidado que tengas, es poner un pie en la playa y que se te llene el móvil de arena. Es probable que te pases días quitando granitos de las rendijas y decidas comprarte una funda estanca.

– Tener una fablet y que no te quepa en ningún puñetero bolso de fiesta. Llorar bajito.

Que se te caiga al WC (no sería la primera vez, ni la última), tenerlo durante horas en un tarro lleno de arroz y rezar muy fuerte.

Ver que te queda un 10% de batería y un rato largo hasta llegar a casa. Ataquito de pánico profundo.

– Tener el móvil en silencio porque estás en la biblioteca, acto, lo que sea… meterte en Facebook y que un vídeo empiece a reproducirse solo y a todo volumen. Que todo el mundo te mire fatal. Vergüencita extrema.

Ir a merendar a casa de alguien y pedir un cargador/enchufe y la clave del wifi casi antes de saludar.

Querer escuchar un audio de WhatsApp (benditos sean), que no te de tiempo a llevarte el móvil a la oreja y que lo escuche hasta el apuntador.

– Ola de frío. Preferir que se te congele la mano para poder seguir hablando por WhatsApp porque todavía no te has comprado esos fantásticos guantes táctiles (entre otras cosas porque serán útiles, pero son muy feos).

– Tropezar, que salga disparado y ver pasar toda tu vida por delante de tus ojos mientras el móvil impacta contra el suelo a cámara lenta. Suspirar cuando está intacto. Querer matar cuando se te rompe la pantalla.

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Coger el móvil para ver la hora. Uy, una notificación de Facebook. Aprovechar para ver todas tus redes sociales. Guardar el móvil. ¿Qué puñetera hora es? No lo sabes, porque no te has fijado…

Ese terrible momento en el que no puedes sacar fotos porque no te queda memoria en el smartphone. Ese momento en el que tienes que empezar a borrar cosas como una puta loca. (Esto es aplicable a cuando quieres actualizar el sistema operativo y un mensajito del demonio te dice que no, que no puedes porque hay que liberar espacio).

– Olvidarte el móvil en casa. Quizás sea el mayor drama de todos los tiempos.

– Dejarte los euros en fundas cuquis, protectores de pantalla y otros complementos para tener el móvil a la última. ¿Por qué? Porque somos así y hay que querernos.

– Quedarte sin datos. No querer salir de casa nunca más.

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