Hace poco leí uno de esos artículos que te animan a cumplir (¡este año sí que lo conseguirás con nuestros trucos infalibles!) los propósitos de Año Nuevo. En mitad de la típica retahíla de positivismo, el poder de la mente y del querer, etcétera, venía un párrafo explicando las ventajas de madrugar, y todas las cosas que les da tiempo a hacer a los madrugadores mientras tú sobas. Que si los madrugadores son más eficientes. Que si les da tiempo a organizarse la agenda, contestar correos, incluso a hacer ejercicio, con lo cual son más efectivos en su trabajo y encima tienen mejor cuerpo que tú.

Últimamente leo mucho sobre lo bueno que es madrugar, pero hoy aquí quiero dedicar una oda a toda esa gente nocturna como yo, que últimamente somos muy denostados. Ser nocturno tiene sus inconvenientes, sí, pero también sus ventajas y sus cosas buenas, que son muchas.

Para empezar los nocturnos somos mucho más creativos, y si no, ¿qué hago yo tecleando mi ordenador a las dos de la madrugada, viendo como mis ideas se transforman velozmente en palabras, párrafos, escritos? Nada como el silencio y la quietud de la madrugada para entregarnos a nuestra imaginación, coger lápiz y papel, o incluso, como Lorraine Pascale, meternos en la cocina y probar nuevas recetas locas que nos rondan por la mente.

Los nocturnos nos vamos de fiesta con los madrugadores y nos lo pasamos todos bien mientras estamos en la discoteca dándolo todo. Pero cuando son las cuatro de la madrugada, la música para y salimos a la calle, los madrugadores están que se mueren, dejándose caer por los rincones, quitándose los tacones. Nosotros, sin embargo, seguimos despiertos, dispuestos a tomarnos la última, o sentarnos en un parque o en la orilla del mar, alegres y felices de estar vivos, y nos enfrascamos en las mejores conversaciones, esas profundas, y divertidas y trascendentales, que sólo tienes con tus otros amigos nocturnos sentados en la arena o en un banco del parque (preferiblemente comiendo pizzas del Horno de los Borrachos), hasta que finalmente nos alcanza el amanecer, que es mucho más bonito cuando se convierte en preludio del descanso y se vuelve el más lujoso atardecer que se haya visto. Y todo eso, los madrugadores se lo pierden, porque se han ido o están ahí con malas caras, callados y deseando coger el primer tranvía que pase.

Y aunque tengamos que madrugar y nos cueste levantarnos por la mañana, también ahí encontramos alegrías. ¿Qué es sino lo que se siente cuando te despiertas, miras el reloj y te das cuenta que todavía puedes seguir en la cama unos minutos más? Esos minutos gloriosos que le robas al día, esos minutos TE DAN LA VIDA. Y quien no sabe de lo que estoy hablando, no es un ave nocturna, que sueña mientras está despierta y duerme mientras otros contestan e-mails y hacen running.

Desde aquí un saludo a todos esos que como yo, aman el café mañanero por encima de todas las cosas y que nunca, NEVER, perderán minutos de remolonear en la cama para gastarlos en hacer sentadillas. ¡Que no se diga que no somos felices! ;)

Autor: Marta García Martínez