Como ya he superado con creces la talla máxima en tiendas «normales» (que es esa 46-48 que cuesta tanto encontrar) no tengo una buena excusa para entrar en Zara, Mango o Stradivarius, ni siquiera en Primark. Con mi talla 56, obviamente, no tengo necesidad de entrar a ninguno de estos comercios a buscar prendas en las que, por obra de magia, pudiera meter una pierna. Compro mi ropa en sitios que sé que realmente van a tener mi talla, no tengo que jugar al «prueba y error» por si encuentro algo en alguna de las tiendas. La verdad, tener una talla realmente grande me ha facilitado mucho la tarea de ir de compras. Siempre he odiado ir de tienda en tienda probando suerte, os compadezco a las que aún tenéis esperanza amiguitas.

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Aún así, alguna vez que otra, entraba en esas tiendas buscando pañuelos o bolsos, algo de bisutería, algunos zapatos… Nunca miraba la ropa, no tenía sentido mirar cosas que nunca me podré poner pero me iba directa a la zona de complementos y picaba si encontraba algo bonito. Eso me hacía sentir, de alguna manera, partícipe de un mundo que sé que no me quiere pero me hacía sentir involucrada, dentro de los cánones. De vez en cuando me cabreaba. ¿Por qué sentía esa necesidad de ser aceptada por superficies que me veían desagradable? Me sentía como el bicho raro que intenta que le acepten en el grupo de gente guay que sale en todas las películas de instituto. Me esforzaba por agradar mientras me humillaban. ¡Oh, sí! ¡Cuánto deseo tus migajas! ¡Si me escupes en la cara significa que me ves! Yo también gastaba mi dinero donde lo hace todo el mundo, mientras daba mi dinero a la dependienta esperaba un «te queremos y aceptamos», y yo quería ser parte de su exclusivo grupo de cuerpos perfectos y vidas maravillosas.

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Pues mira, no. Se acabó. Ya no compro en esas tiendas. Vuestro mundo exclusivo me queda pequeño (literalmente). Si mi dinero no sirve para tu ropa, tampoco lo hace para tus complementos. No quiero tus zapatitos con pompones que llevarán diez millones de chicas más. Me niego a alimentar al monstruo que quiere comerse mi autoestima. No voy a aumentar las arcas de todos esos que me consideran una ciudadana de segunda y, aunque mañana pudiera, tampoco compraría vuestros vestidos ni vuestros pantalones. No quiero nada vuestro. No quiero que mi dinero sea invertido en vuestros maniquíes llenos de ángulos afilados que imponen una belleza que excluye a tantísimas mujeres. Quiero ser libre para sentirme bien con la talla que tenga, para no tener que volver a pagar un bolso con mi integridad además de con mi dinero.

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Autora: Pau.