Soy una gorda encubierta.

Mi mejor amiga me definió así hace unos días y me encantó. ¿Por qué? Pues porque tengo alma de gorda, mentalidad de gorda, pensamientos de gorda y, por supuesto, hambre de gorda. La diferencia está en que ahora no lo estoy, o lo estoy menos que hace unos años.

Cuando empecé a colaborar en esta página supe que llegaría el día en que tendría que ir contando algunas experiencias y temas personales. Esos que me llevaron a querer ser parte de este proyecto en un principio. Primero como lectora, luego atreviéndome a contaros cosas.

Inicié mi metamorf cambio hace unos tres o cuatro años. Tuve que perder unos veinte kilos por un problema endocrino. Actualmente he recuperado un par en forma de músculos, con lo que ahora mismo, llevo una talla 38 de vaqueros.

Muchos podrían pensar que he conquistado la cima de la felicidad, aunque nada más lejos. Mantener el peso cuesta sacrificios y uno no siempre se siente recompensado por el entorno en el que vive. Por ejemplo: gente que empieza a tratarte diferente.

Antes, cuando era más gorda, era relativamente más feliz. Sabía que la gente que se acercaba a mí y me definía como simpática o el sempiterno “buena niña”, lo decían en serio. Es lo que soy. No tenía por qué dudar. No me mentían.

Las cosas ahora son diferentes para peor. Ahora, desconfío. Soy mucho más insegura.

Tengo la sensación de que la gente que se me acerca, lo hace fijándose solo en el envoltorio. Personas que me echan miradas que no siempre me halagan. Compañeros de estudios, gente con la que he trabajado, y que antes malamente reparó en mí, busca ahora mi amistad, quedar a tomar algo, salir, o se permite el lujo de hacerme comentarios apreciativos del tipo “ahora sí que estás guapa”, “ya podías haber empezado antes”, “has cambiado muchísimo, felicidades” o “¡¡chacha!! No pareces ni tú…” (añadirle deje canario)

Destaco, que yo no empecé a adelgazar porque quisiera perder peso. Tenía un problema médico cuya única solución era bajar el índice de grasa corporal que tenía para que no derivara en algo grave. Ahora me mantengo en casi todos los hábitos que me han acompañado estos años porque ya los he interiorizado en mi rutina. Hacer ejercicio me relaja y el cuerpo me lo pide por costumbre.

Yo no estaba sana, por eso tuve que dejar de “ser gorda”. De hecho, de no haberme detectado el problema, es muy posible que no me hubiera tomado el cambio tan en serio y quizá hubiera tardado mucho más. O lo mismo, me habría quedado como estaba, sin problema.

En un principio me gustó que se me mirara diferente. Eso ayudaba a soportar el hambre y el cansancio de las sesiones de gimnasio. Creía que significaba que estaba haciendo las cosas bien, que mi esfuerzo tenía resultados. Se me alababa y mis análisis eran cada vez mejores.

Pero ahora ha pasado el tiempo, y me gustaría seguir siendo definida como persona, por mi interior. Sigo siendo simpática y tan buena niña como antes. Sigo siendo graciosa y teniendo un humor negro un poquito difícil de llevar. ¿Por qué ya no se dan cuenta?

He tenido que soportar comentarios muy desagradables. He aguantado que gente que convivió conmigo se haga la encontradiza y finja no tener idea de quién soy: pues chato, ¡a la que ni le hablabas por gorda! Gente que se me para delante, me sonríe y me dice, »oye, ¿no saludas?» NO. ¿Por qué tengo que mostrarte deferencia ahora? ¿Porque hayas decidido que soy digna de tu atención?

Siempre he sido rubia y siempre he tenido los ojos azules, no se me han decolorado por la pérdida de grasa, pero antes, esos no parecían ser atributos dignos de mención. Parece que el hecho de que mi culo entre en una 38 le da más brillo a mis pupilas. Debe ser que en una cara más redonda no sentaban del todo bien, porque ahora, de pronto, todos se dan cuenta.

Esto me lleva a la desconfianza más absoluta. No sé a qué aspiran los que se me acercan después de ignorarme y no darme la hora durante años. Ni a lo que aspiro yo con ellos.  Tampoco qué esperan aquellos que vienen con el “qué guapa estás ahora”. No confío y no me siento segura entablando conversaciones con personas a las que no veo sinceras, de las que algo me dice que no puedo fiarme. Gente que igual antes ni siquiera me hubiera mirado. ¿Por qué lo hacen ahora? ¿Por la talla? Pues lo siento, pero eso no me sirve.

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Soy una gorda encubierta que echa terriblemente de menos la confianza que tenía antes cuando alguien se le acercaba, aunque solo fuera para pedir apuntes. Ahora, la flaca que vive por fuera tiene que preguntarse constantemente si recibe atención por lo que le mide la cintura o porque gusta como persona. Horrible.

Me gustaría saber si la atracción se mantendrá cuando vuelva a estar gorda, o cuando decida no depilarme el entrecejo o rescatar del baúl de Karina los chándals de botones. Cuando la rubia de ojos azules no quepa en la 38 y deje de ser una gorda encubierta para serlo en la pista central.

A lo mejor cuando llegue ese momento vuelvo a sentir seguridad de cara a los demás. Y vuelvo a ser más feliz.

Quizá entonces sea otra vez una simpática buena niña, aunque ya nadie gire la cabeza para verme pasar.