De un tiempo a esta parte vengo planteándome que quizás mis amigos tienen razón y no soy la persona más tolerante del planeta. Para acabar de confirmarlo, he elaborado un listado de las cosas que me ponen del hígado, a ver si así entre todos, dilucidamos si yo tengo el umbral de paciencia bajo o es que, realmente, hay comportamientos que, objetivamente, son una tocada de pelotas. Allá vamos:

1. No soporto la música alta en los restaurantes: por alta entiendo todo aquello que me obliga a gritar para que mi amigo me oiga. Señores, si quiero chunda-chunda, me voy a una disco. Aquí quiero comer y charlar. El colmo fue la semana pasada cuando, en un restaurante de Chueca, a las 13.30, local vacío, le pido educadamente al camarero que bajaran la música porque no podía escuchar lo que mi amiga me decía. Su respuesta fue que el jefe no le dejaba aunque muchos clientes se habían quejado. TOMA YA.

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2. Sigo con el tema volúmen: gentes que gritan, que se desgañitan, cuya conversación oyes desde la otra punta del local. Quiero ahogarlos a todos. En este apartado incluyo niños gritones o que corretean a mi alrededor. Especial gravedad tiene el tema de trenes y aviones. NO HAY ESCAPATORIA.

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3. El humo: el puto humo del tabaco, puros y pipas. Esto lo tengo yo recientito porque ayer me jodieron el momento del café, los únicos diez minutos que tenía en todo el día para sentarme y pensar en la nada. Sí, es verdad, son terrazas, pero eso no evita que el humo venga directamente a mis narices, a mis ojos, a mi boca. Yo es que siempre fui muy yankee para estas cosas. Tu libertad acaba donde empieza la mía y considero respirar aire limpio un derecho bastante fundamental. Fuma sí, pero lejos de mí.

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4. Los que se expanden a lo largo y ancho: vas en avión y tu compañero de asiento decide que el reposabrazos es suyo del todo y que se puede despatarrar mucho más allá de lo que marca esa línea invisible que separa su espacio del tuyo. Y se duerme. Y tú te encoges hasta el más allá. He visto casos ya muy heavies en los que habiendo un asiento libre al otro lado, el Ocupador dedice quedarse pegado a ti. Le gustará tu proximidad. O tocarte las narices, quién sabe.

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5. La gente a la que le aguantas la puerta y no te da las gracias: a ver, me parece fatal el no dar las gracias ni pedir por favor en general, pero lo de la puerta me crispa especialmente. No sé por qué.

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6. Los que hablan delante de un experto como si ellos supieran más que nadie: la de barbaridades que he tenido que escuchar sobre aspectos de mi trabajo, en el que llevo más de veinticinco años. Por no hablar de los que dan un discurso sobre la depresión delante de un psicólogo o sobre la medicación para la gripe ante un médico.

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7. La frase «Hay que ver, qué bien vives». No puedo, no puedo, no puedo, por muchas razones. Primero porque, o vives lo mejor que puedes o realmente eres gilipollas, lo segundo porque normalmente lo dice alguien que no tiene ni puta idea sobre tu vida y suele coincidir con un periodo jodido que, por discreción, no vas aireando a los cuatro vientos.

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Bueno, y aquí lo dejo y sigo otro día porque otra cosa que me pone del hígado es ir con prisa y ya llego tarde.

Besis.