¡Me cago en la leche, qué caro es ser mujer!

Llevo años reflexionando sobre esto, más o menos desde que dejé la comodidad de #casapadres para irme a estudiar a la gran ciudad y me tocó aprender a estirar mi paguita mensual. Años de cagarme en todo el género masculino por no tener que dejarse los cuartos en tampones, compresas y drogas legales para intentar llevar la regla con la mayor dignidad posible (parece que en este mundo dominado por hombres menstruar es una fiesta y deberíamos estar agradecidas de que a los artículos de higiene femenina solo se les aplique el 10% del IVA ¡JA!). Años preguntándome si el de la depilación es un dinero bien invertido y gastándome los euros en medias tupidas para disimular. Soy cero presumida y bastante desastriño así que, afortunadamente para mi bolsillo, en cremitas y maquillajes gasto muy poco. Pero si me pongo a hacer la cuenta de la vieja y, tirando muy por lo bajo, debo de dejarme unos 800 eureles al año (aunque según la revista Forbes esta cifra sube a los 1.300) en productos de casi primera necesidad para mujeres y en recortarme el flequillo (que maldita la hora en que decidí que era el peinado que más me favorecía). Ésto sin contar con la ropa porque, claro, la mitad de los modelitos y complementos que me compro son totalmente prescindibles.

Investigando para poder escribir este post con fundamento (guiño, guiño), he descubierto «Georgette Sand«, un colectivo feminista francés que ha llegado a una inquietante conclusión: además de que las mujeres, por regla general, cobramos menos que los hombres, tenemos que pagar más a la hora de adquirir algunos productos por el simple hecho de ser «fe-me-ni-nos», llegando, en los casos más extremos, a inflar los precios hasta en un 75%. Menuda broma… A este desequilibrio en los precios lo han denominado la «tasa rosa» y el ejemplo más claro lo encontraron en las cuchillas de afeitar (esas que no debemos usar porque luego rascamos y eso es pecado mortal… oh, wait!): mientras los hombres pagan 1,72 euros por un paquete de 10 desechables, las mujeres gastamos 1,80 por la mitad de cuchillas de color rosa (todo esto según sus estudios en Francia). ¡Carallo! Las cosas para chicas deben de estar fabricadas con sangre de unicornio, porque si no, no lo entiendo. Desde aquí quiero dar las gracias a todas esas activistas del feminismo que dedican su valioso tiempo a realizar estos estudios empíricos que dan fundamentos cuasi científicos a las reivindicaciones del resto de las mujeres. Lo de pagar más en clave de género me parece una auténtica locura, el marketing y su engranaje del demonio hacen su trabajo con la poca moral que les caracteriza, pero lo peor de todo es que nosotras nos dejamos engañar.

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Pero además de esta realidad, podemos analizar los gastos, socialmente impuestos, que tenemos por el simple hecho de tener coño. Ya he comentado el tema de la depilación (bigote, cejas, piernas, ingles… el cuerpo de una mujer tiene que estar suave como un melocotón, en caso contrario somos unas putas guarras o unas hippies) y de nuestra querida menstruación, pero ¿qué me decís de las bodas? ¿Quién cojones tuvo la graciosa ocurrencia de decir que es de mala educación repetir vestido? Me muero de envidia cuando veo a mis amigos con sus trajes (menos con el tema de no poder sacarse la chaqueta por temas de protocolo): tienen uno discreto, un par de corbatas y camisas, unos zapatos bastante más cómodos que los nuestros, no se comen la cabeza y, sobre todo, amortizan su vestuario. Nosotras, por el contrario, tenemos que: depilarnos (otra vez), buscar vestido y pagarlo (todas sabemos que los vestidos de fiesta no son precisamente baratos aunque a veces se encuentre alguna ganguita), ir a la peluquería (yo este paso cada vez me lo salto más porque me veo como una señora de 50 años cada vez que me peinan), comprar medias en caso de necesitarlas y unos zapatos que probablemente no te vuelvas a poner porque son armas de destrucción masiva, encontrar complementos (b0lsos, tocados, alhajas y blablabla)…  mientras enumero todo esto, mi visa no para de temblar.

Y así podríamos seguir hasta el ínfinito y más allá. A veces me da la impresión de que somos unas pardillas, que deberíamos hacer huelga de consumo de todos estos productos y convenciones sociales. Luego me acuerdo de lo bien que huele mi gel de ducha y se me pasa un poco. El capitalismo aprieta, son ganas de tocar los cojones.