Tenía 18 años, pero la culpa fue suya, o de sus padres, sí, probablemente de sus padres, porque “ahora las visten como putas”.

Tenía 18 años, pero la culpa fue suya, porque cuando cinco hombres (perdón si ofendo a los hombres) se meten contigo en un portal, es porque los invitas con el contoneo de tus caderas.

Tenía 18 años, pero la culpa fue suya, porque cuando unos animales (perdón si ofendo a los animales) te arrancan las bragas para penetrarte simultáneamente por todos los orificios de tu cuerpo, es porque NO llevas la ropa más ajustada, el cuello vuelto y una faja. Y la culpa fue suya, por llevar la ropa demasiado ajustada, por NO saber cuál es el punto justo entre lo holgado y lo provocativo.

Tenía 18 años, pero la culpa fue suya, porque cuando dices NO la negación NO está del todo clara, debía de haberse quitado la polla (o pollas) que le tapaban la boca para decirlo más de 10 o 12 veces, porque si NO el NO es algo confuso.

Tenía 18 años, pero la culpa fue suya, por NO sacar un condón (o cinco), porque luego las mujeres NOs quejamos del sexo sin protección, pero NO vamos preparadas.

Tenía 18 años, pero la culpa fue suya, por NO moverse, NO gritar, quedar anulada, atrapada, confusa, porque si NO das muestras de placer lo suyo es intentarlo una y otra vez hasta dejarte satisfecha, cinco hombres deseando tu cuerpo, el sueño de toda mujer, el caso es quejarse.

Tenía 18 años, pero la culpa fue suya, porque se dejó coger (que no robar) el móvil después de esa bacanal. Porque todos llevamos un iphone y si NO le pones una carcasa rosa con purpurina da lugar a confusión, y claro, se lo llevaron sin querer hacerlo, por equivocación.

Tenía 18 años, pero la culpa fue suya, por NO posar bien en las fotos, las que harían las delicias de un grupo de whatsapp de 21 ratas (perdón si ofendo a las ratas) donde se hablaba de volver a repetirlo, de cloroformo y burundanga, entre risas, entre gruñidos (perdón si ofendo a los cerdos) y con frases tan románticas como “Tengo reinoles tiraditas de precio. Para las violaciones”, ya NO hay piropos como los de antes.

Tenía 18 años, tenía esos 18 años que nunca se vuelven a tener, tenía esos 18 años en los que la ingenuidad y la madurez se mezclan como el agua en los manglares, pero de repente se convirtió en mar, porque le borraron la ingenuidad a golpe de VIOLACIÓN, con 18 años. Pero ella tuvo la culpa, esa culpa que la colocó en el sitio “adecuado” en el “momento oportuno”, esa culpa que hunde, martiriza y aprieta el pecho hasta dejar sin aliento, que le ha hecho crecer rápido, a trompicones, a base de lágrimas, tan saladas como el mar en que la convirtieron, tan amargas como el sabor de boca que tenía cuando la encontró, hecha un ovillo, una pareja que pasaba por allí. La culpa que solo cicatriza, que NO cura, el tiempo.

Tiene 20 años, cuando la cicatriz ha comenzado a dejar de ser costra, tiene 20 años, pero sigue teniendo la culpa, de usar las redes sociales, de volver a la universidad, de salir a pasear, de quizás permitirse algún sueño entre tanta noche de pesadilla y alguna sonrisa de esas que incluso, a veces, deja entrever sus dientes. Tiene 20 años, pero tiene la culpa, porque debería vestir de negro, guardar luto, y llorar, llorar para alimentar el mar en que la convirtieron, porque si NO, NO es víctima, es verdugo.

Y si yo lo defiendo soy una feminazi, y si NO lo hago una machista. Pero la realidad es que soy MUJER, de esas que dicen NO, solo una vez, ¡NO!. Porque NO hace falta repetirlo ¡COÑO!, porque NO es NO. Y, querida, tengas los años que tengas… tú NO tienes la culpa.

Lola Mento.