Acabo de notarlo, sí. Ha pasado. Y no llevo nada puesto. ¡Mieditooo! Rebusco en mi bolso de Mary Poppins, ahí está todo, el perchero, la planta, el espejo y la lámpara, pero no llevo ningún tampón. Horror. El último lo presté (bueno, lo dí, se entiende….) y no repuse provisiones.

Entonces me levanto de mi asiento haciendo inspección ocular previa por si me he manchado. Y me dirijo a el grupo de compañeras más cercano. En mi redacción hay moqueta, pero yo voy de puntillas, de hecho le doy un susto de muerte a una de ellas, y a un palmo de su cara, bajo la voz y en un agónico susurro le digo: ¿tienes un tampax?

Ella responde con la cabeza. “Ssssssí”, me dice bajito, supercontenta, pero algo preocupada, porque ahora tiene que sacar el objeto de su bolso y pasármelo sin que nadie nos vea, disimulando el ruidito que hace el papel. Y así hace, lo esconde como Copperfield en la palma de su mano y me acaba pasando por fin la papelina de la menstruación que es ese objeto de algodón prensado que no puedes mostrar porque si lo miras directamente, las córneas se te desprenden. Sí, amigas, eso hacemos: evitamos mostrar nuestros cacharros de higiene íntima como si fueses a morir en una semana si lo ves asomando de un bolsillo trasero del pantalón. A ver, tampoco digo que lo anuncies por megafonía, pero de verdad que no sé qué coño tiene de malo… ¿alguien tiene un kleenex? Y no pasa nada, ¿no? Y a mi particularmente los mocos me dan más asco… De hecho la gente guarda en los cajones de su mesa un cepillo de dientes chuperreteao y no nos da grima. Es más: los que se lavan los dientes en el curro exhiben felices sus herramientas de camino al baño como diciendo: «sí, soy super limpio y aseado». Parecen Mister Bean con su felicidad suprema y nadie les dice nada. ¡Algunos hasta con hilo dental y todo!

¿Entonces por qué lo hacemos? ¿Por qué nos da pavor enseñar el tampón? Pues es por los hombres. Para no perturbarlos a ellos. ¿Me explicáis a qué tía le da asco o repelús una compresa, una toallita íntima, un salvaslip, una copa menstrual, un anillo, un anticonceptivo? A ninguna. Vamos, que a mi no me dan asco ni usados… Joder, es cuestión de corporatividad femenina… Pero la mayoría (por no decir todas) parecemos avergonzarnos de que ellos nos vean utilizándolos, cuando además son cosas que nos acompañan de por vida. Yo sin ir más lejos, que soy una desvergonzada, aún recuerdo aquel día en que estaba a punto de comenzar un examen en la facultad y fui a sacar el bolígrafo del bolso, con tan mala suerte que se me quedó pegada la tira de la compresa en el boli y al tirar de él, la bolsita extraplana salió despedida por los aires hasta mitad del pasillo. Fue todo a cámara lenta.

La fina y segura volando tres metros más hacia allá.

Media clase (éramos más de 100 ¿eh?) siguiendo con el cuello la parábola.

Yo, que levanto la mano.

Dígame señorita, me dice el profesor.

La otra media clase me mira ya también.

¿Puedo levantarme que tengo que recoger…eso?

Y el resto, imaginaos.

En fin, se acabó. ¡Rompamos el silencio! Pidamos los tampones a voces, vayamos al baño moviendo las compresas al viento como si fuésemos una chica de anuncio. ¡Soy feliz! ¡Uso tampones y no me avergüenzo! Pongamos música especial para la alarma del móvil para no olvidar la anticonceptiva tipo “tú lo que quieres es que te coma el tigre”. Que ya está bien de tanta auto-represión, coñoya. Pues sí, voy a ser más espontánea y hacer más caso a mi sobrina Lola. Ahora tiene cinco años, pero cuando tenía dos y pico y apenas hablaba, vio la caja de tampones de colores y con toda naturalidad dijo: “¡¡Mira, tita, caramelos!!!”.