Esto pasa. PASA y no te das cuenta de que está pasando ahora mismo, ahí fuera, en la calle. En este caso, o bien eres del grupo que se las toca tan pancha, sin darte cuenta y como la cosa más normal del mundo, o bien eres de las que no y mira con horror como si las demás estuviésemos matando gatitos cada vez que nos llevamos las manos a las ubres. Tocarse las tetas en público es un acto reflejo del que se habla poco y hoy vamos a levantar el tabú sobre ello.

El 100% de la humanidad tiene tetas, esto es así, y aun así el pecho femenino causa rubor y el masculino no, porque es “pectoral”, no “pechote” (aunque aquí podríamos discrepar, que hay féminas planas con pectorales y machos rudos con más tetas que tu tía Josefina). El caso es que, por razones varias, un acto reflejo y común como puede ser llevarse las manos a los pechos, o bien para recolocar el sujetador, o bien mover el asa, para mucha gente (en la que me incluyo) es comparable al mismo gesto de llevar la mano a la muñeca y recolocar el reloj o ajustarse los calcetines.

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¡Ah! Pero no, porque calcetines y demás enseres está bien, pero colocarse bien la ropa interior –que se mueve al igual que el resto de prendas– parece salido de un peep-show para muchos. No le vemos el escándalo. Las mujeres perjuminosas que muy a menudo llevan sujetadores de talla errónea, o que se sacuden y mueven, suben y bajan, eventualmente tienen que meter para adentro todo lo que rebosantemente ha decidido salir hacia afuera a lo largo del día. Aboguemos por normalizar estos gestos, que no nos parezca asqueroso llevarse la mano al pecho, no lo demonicemos como quien se saca un moco. Moco asqueroso, teta para adentro bien. Sin más.

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Tú te tocas mucho las tetas” llegas a oír. Sí, pero no lo hago conscientemente, como la monja que daba clase en el cole a mi hermana, que se metía la mano dentro del hábito y amasaba durante la lección de matemáticas. Tocarse las tetas es un gesto natural: siguen ahí, están dentro, están a salvo. Más o menos el resto de cosas que cuelgan de tu cuerpo tienen autonomía y con una señal del cerebro vuelven a su sitio… menos las tetas.

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Vayamos más allá y entiendo que la gente que defiende el tocamiento pechuguil propio en público no defienda la siguiente teoría, pero me lanzo. Tocar las tetas, así, por encima de la ropa, en un ambiente casual y público, NO ES PARA TANTO. Y con esto quiero decir que no entiendo en absoluto estos momentos de “te ha rozado la teta con el codo”. Pues como me ha podido rozar el brazo o la barriga, no nos escandalizamos, pero si está relacionado con las mamas, ah, entonces rayos y centellas. “Tócale las tetas a esa” y alguien estira el brazo y moc!, sonido de nariz de payaso. Entonces sí, en ese caso un sopapo, pero por gilipollas.

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En cualquier caso, el hecho de que alguien cercano tuyo te toque las tetas es igual de banal o, todo lo contrario, igual de personal, que si te tocasen las manos, el hombro, o el tobillo. Cada uno tiene partes del cuerpo que las siente más íntimas que otras, por eso tal vez que una amiga ponga su mano en mi pecho puede ser menos incómodo que, tal vez, lo haga en la rodilla, donde tengo un cosquilleo especial y que es algo que me violenta (este último ejemplo se aplica al culo).

 ¿Qué hemos aprendido, entonces, con esta disertación de hoy? Que los pérjumenes, mujer, sulibeyan pero que tampoco hay para tanto, que son partes del cuerpo como otra cualquiera. Sí, son más sensibles o más llamativos que un codo o que un mentón, pero merecen estar en su sitio y que la gente no chille escandalizada si tienes la mano en ellos. Así que a celebrar la boobie fuera de sitio, la palomita en el canalillo o el sujetador desabrochado. ¡Manos hacia ellas, adelante!