No puedo evitarlo, soy una fanática de la Navidad. Pero no me entendáis mal, no soy fanática de las luces, los adornos, los regalos… Soy fanática de la magia. De las miradas inocentes de los niños y la boca abierta de cuarta cuando ven la Cabalgata y de las casas llenas de gente que hace meses que no se ve. Y aunque quizá no te hayas dado cuenta y te parezca que Navidad es una gran mierda, en todas las casas sigue habiendo magia.

 

Magia es abrazar fuerte a tu abuela, aunque te diga todos los años “te estás poniendo fuertecita”. Es ver a tus primos o a tus sobrinos poniéndote la cabeza como un bombo tocando una pandereta de plástico. Magia es el cordero que hace tu madre en el horno de leña y que hace que huela toda la casa. Incluso hay magia en tu hermana comiendo polvorones y diciéndote “PAMPLONA”.

 

Magia es ver la cara de alguien cuando le das “ese” regalo. “Ese” que te ha hecho patearte medio Madrid y aguantar 20 minutos de cola en una tienda. Magia es cómo te abraza tu padre el día de fin de año. Es hacer los mil rituales absurdos para tomar las uvas, que no tienen sentido pero que si no los hicieras, no sería tú casa.

La magia está en los sabores. En el postre desastroso que ha querido hacer tu cuñado, que se ha venido arriba viendo MasterChef. Está en las peladillas que quedan en la bandeja de los turrones y que nadie come hasta que se acaban todas las reservas de Suchard. La magia está en desayunar el día de Reyes, en pijama, el roscón y rezar para no encontrarte la habichuela (o no tragártela, por glotona).

 

La magia sigue estando cuando vas a ver la Cabalgata de Reyes con 30 tacos. Y cuando ves el trono de papá Noel y te haces un selfie. La magia es quedar con tus amigos el día de Nochebuena, con esos que ves 2 veces al año y con los que estás tan cómodo que es como si los hubieras visto ayer. La magia está en esos abrazos que llenan el alma, en esos besos sonoros de agarrarte las mejillas que te da tu tía cuando te ve.  Es ver como la familia que eliges crece, como llegan “sobrinos” postizos, es volver a jugar a las sillas musicales y al escondite inglés con ellos. Y que te hagan ataques de cosquillas.

 

Todo eso es magia. Y ni siquiera nos habíamos dado cuenta.