Porque no me das la razón de los tontos. Me escuchas mejor que nadie (y sabes distinguir mi voz tranquila de mi voz angustiada), pero cuando la cago soberanamente (o analizo demasiado, o me vuelvo una loca del coño) me lo dices, aunque la verdad duela o sea incómoda. Puedo confiar en que tus consejos sean sinceros, incluso cuando dices cosas que no quiero oír, pero que necesito oír.

…Y a la vez, no me juzgas. No tengo que esforzarme en impresionarte: perdí hace tiempo el miedo a contarte cosas que me avergüenzan y a tu lado nunca encuentro la necesidad o el deseo de mentir. ¿Qué puede ser más fantástico que me hayas visto en mis momentos más indignos y aún así, me apoyes, me quieras, y no se lo cuentes a nadie más?

Estás conmigo en las malas… Como, por ejemplo, cuando tengo que rajar de mi ex unas 343,545 horas seguidas y necesito que alguien me escuche. Confío plenamente en tus instintos cuando los míos están nublados, y sabes siempre qué decirme para ponerme de buen humor. No hay nadie mejor que tú para saber qué peli me anima, qué helado me gusta o qué fotos tuyas haciendo el imbécil me chiflan, para ayudarme a recuperar la esperanza si la he perdido.

Y, sobre todo, en las buenas. Porque una verdadera amiga no sólo está en las malas (en esos siempre estás), sino también en las buenas: orgullosa de mí, alegrándote por mis triunfos, lista para celebrar los logros. Eres mi cheerleader #1 y siempre estás a mi lado, apoyándome, convencida de que merezco (de que merecemos) lo mejor. Como por ejemplo, birras. PORQUE SIEMPRE MERECEMOS BIRRAS.

Jamás nos aburrimos juntas. La cantidad de chistes privados que tenemos es absurda y no dejamos de reírnos de ellos aunque hayan pasado doscientos quince años. A tu lado, cualquier cosa es mejor: hablar por horas, estar calladas por horas, vacilarnos hasta la muerte, hacer el idiota, no hacer nada. Cualquier cosa.

No hemos dejado que nada nos separe: ni la distancia, ni el tiempo, ni el trabajo, ni los novios, ni nada. Sabemos mantener los lazos muy atados y cuando nos reencontramos ocurre el mágico hecho de siempre tener algo que contarnos y, a la vez, sentimos que el tiempo no ha pasado.

Eres la cómplice ideal para cualquier cosa, ya sea buscar un trabajo nuevo, odiar a la misma gente, elegir outfit para una cita Tinder. En ocasiones no necesitamos más que una mirada para entendernos y ese tipo de complicidad compartida es lo que te diferencia de cualquier persona más.

Me cuesta imaginar una vida sin ti. Intento recordar mi vida antes de que tú estuvieses en ella y me cuesta: ¿qué hacía yo antes de ti? ¿Cómo afrontaba, sola, todo esto? ¿Con quién me reía antes? De la misma manera, pensar en un futuro sin que tú estés ahí para compartirlo conmigo se me hace inimaginable.

Haces que yo quiera ser esta amiga para ti. Me sumas y me multiplicas y me haces tantísima mejor persona, haciendo que te admire de una manera tan especial, que no quiero ser nada menos que lo que tú eres para mí.

Y, en esencia, porque sabes demasiado. Sabes los detalles más vergonzosos de mi vida así que no puedo perderte de vista, cabrona, hasta la tumba. Espero que pienses lo mismo: yo, amiga, también sé demasiado.