No os descubro nada nuevo si os digo que la maternidad (y la paternidad) le pega un giro radical a tu existencia. Que todo en tu vida, por un tiempo indefinido, se pone del revés. Y cuando hablamos de todo es todo. No sólo cambian tus prioridades vitales, sino que también –y no menos importante- las pequeñas cosas que día a día conforman eso que llamas “tu vida”. Poco a poco vas incorporando cosas, no sólo a tu quehacer, sino también a tu vocabulario (que eso bien daría para otro post). Cuando te quieres dar cuenta estás largando por esa boca más frases de madre que tu propia madre, quién te lo iba a decir.

Seguro que a todos se nos ocurren varios ejemplos de ello, pero hay otro cambio más sutil, casi invisible, que también está ahí. Y que a mí el otro día, cuando intentaba hacer zapping espatarrada en el sofá, me estalló en la cara. Estalló en forma de chorro de agua salido de una pistola de la puñetera Patrulla Canina: LAS COSAS QUE YA NO DIGO desde que tengo hijos. Y que, por supuesto, antes daba por sentadas.

Estas son mis #topfive (ATENCIÓN SPOILER: la 4 va de sexo):

#1: “¡Salimos cuando quieras!”

¿A quién crees que engañas? Eso no existe. Y, si existe, es un eufemismo para “Tú proponme una fecha y ya vamos viendo”. Es como cuando hace dos años que no ves a alguien y te lo cruzas por la calle, que os despedís con un “¡Tenemos que tomar un café un día de estos!”. Sabéis los dos que eso no va a pasar. Pues esto es lo mismo.

#2:   “Me voy a comer el (insertar guarrería deseada) que queda.”  

Olvídate. Esto nunca máis.
Olvídate. Esto nunca máis.

Sabes que eso no va a suceder. Si de verdad quieres comerte el chocolate que queda, más te vale no avisar y llevártelo a escondidas a algún rincón, porque como los retoños te oigan/vean tendrás suerte si lo hueles. Lo que tiene el dichoso gen mother es que no podrás evitar preguntarles si quieren ellos antes de comértelo tú. Vamos, que lloraré la próxima vez que consiga terminarme el chocolate.

#3: “He dormido como un tronco.”

Desde que mi hijo mayor nació, hace casi seis años, esto sólo lo he podido decir -¡varias noches, además!- cuando me quedé embarazada de mi hija pequeña. Porque ya sabéis que al principio del embarazo solemos caer en coma a las nueve de la noche y despertar a la mañana siguiente sin recordar nada. Con babas y todo, para dar dramatismo. El resto de noches siempre hay algo: teta, agua, frío, calor, pis… Mosquitos…

#4: “¿Echamos otro?”

¡JA! La bañera, la siesta y Peppa Pig son los GRANDES aliados de los padres con hijos para darse amor del duro. Pero ni la una, ni la otra ni la tercera, en circunstancias normales, duran lo suficiente como para darte el lujo de repetir. ¡Al menos en el momento! ¡Esperad a la noche, fornicadores!

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Y mi GRAN ausente… Esa que me salpicó en la cara desde la pistolita de agua de la Patrulla Canina:

#5: “ME ABUUUUURROOOOOO.”

Hace años, ¡AÑOS! que no digo que me aburro. Porque salir, salgo; comer, como; dormir, duermo; y follar, follo. Pero ¿¿aburrirme?? La premisa básica del aburrimiento genuino es esta: no tener nada que hacer. Dos niños pequeños, tengo. Lo de no tener nada que hacer no lo huelo desde febrero de 2010.

Quiero pensar –vamos, sé- que esto es normal, porque mis hijos son pequeños. Y a veces fantaseo un poco con el día en el que ya sean mayores y yo vuelva a tener tiempo para aburrirme. Y entonces me acuerdo de mi madre a las tantas de la madrugada esperando a que el hijo de turno volviera de fiesta, o llenándome la nevera de tapers de albóndigas y lentejas, y se me quita la tontería.

Es lo que tenemos las madres: que no sabemos qué hacer sin ellos.